DOHA – “Ellos tienen armas; yo no voy a librar una batalla perdida y mandar a mis hombres a morir por un santuario en ruinas”. Fueron las palabras de Fawzi Abdelali, el ex ministro del interior de Libia, antes de “renunciar” el pasado agosto. Se refería a los grupos armados salafistas acusados de la destrucción de santuarios sufíes, entre los que se cuenta la Brigada Ansar Al Sharia, que aunque se apresuró a expresar su apoyo a la demolición, negó tener cualquier responsabilidad por ella.
Ahmad Yibril, viceembajador de Libia ante el Reino Unido, acaba de acusar a la Brigada (dirigida por Muhammed Ali Al Zahawy) de perpetrar el ataque al consulado estadounidense en Bengasi, en el que murieron el embajador de Estados Unidos, Christopher Stevens, y otros tres funcionarios estadounidenses, así como varios guardias libios. De inmediato otros se sumaron a las acusaciones de Yibril, pero el panorama es más complejo.
La Brigada negó cualquier responsabilidad en el hecho, por medio de una declaración escrita y de una breve entrevista con su vocero, quien en ese momento estaba a cargo de la vigilancia del hospital Al Jala en Bengasi. Igual que en su declaración sobre la destrucción de santuarios sufíes, la Brigada rechazó haber participado en el ataque al consulado estadounidense, pero resaltó la gravedad del insulto al Profeta que, presuntamente, lo provocó.
La Brigada también concitó la atención pública el pasado junio, cuando unos 300 de sus miembros organizaron una incursión armada a Bengasi, lo que provocó indignación entre los libios. “Queríamos enviar un mensaje a los miembros del Consejo Nacional General”, dijo Hashim Al Nawa, uno de los comandantes de la Brigada. “Que no se metan con la Sharia: debe estar por encima de la constitución, y no es materia de referendo”.
Pero, ¿estuvo realmente la Brigada Ansar Al Sharia detrás del ataque al consulado estadounidense? La naturaleza de las milicias islamistas en Libia después de la revolución no está nada clara. El yihadismo salafista no es una organización, sino una tendencia ideológica que gira en torno de una creencia central: que para producir cambios sociales y políticos, el método más eficaz (y, en algunas versiones, el más legítimo) es la táctica armada (de cualquier tipo).
De hecho, el año pasado sus partidarios desempeñaron un importante papel en el derrocamiento del brutal dictador de Libia, el coronel Muamar el Gadafi. Después, muchos de ellos maduraron políticamente, revisaron su visión del mundo y pasaron del activismo armado al desarme, formaron partidos políticos y se presentaron a elecciones.
Por ejemplo, del Grupo Islámico Libio de Combate salieron dos partidos políticos principales; uno es Al Watan (La Patria), dirigido por el ex miembro del GILC y comandante del Consejo Militar de Trípoli, Abdul Hakim Belhaj. El otro, Al Umma Al Wasat (La Nación Central), lo dirigen Sami Al Saadi, ex jefe ideológico del grupo, y Abdul Wahad Qaid, comandante militar del GILC y hermano del fallecido comandante de Al Qaeda, Hasan Qaid (Abu Yahya Al Libi). En la elección de junio para el nuevo Congreso Nacional General, ambos partidos obtuvieron magros resultados (solamente Qaid logró un escaño). De hecho, las elecciones para el CNG fueron, en muchos sentidos, una derrota para los partidos salafistas no violentos de Libia (como Al Asala), lo mismo que para los posyihadistas.
Otras formaciones islamistas armadas (entre ellas los grupos salafistas) aceptaron integrarse dentro de las nuevas instituciones del estado libio, como el Comité Supremo de Seguridad (ministerio del interior) y el Escudo de Libia (ministerio de defensa). Mientras tanto, la Guardia Nacional, dirigida por el ex segundo del GILC, Khaled Al Sharif, absorbió más de 30 brigadas, la mayoría de ellas en el oeste y el sudoeste.
Pero varias agrupaciones armadas, como Ansar Al Sharia y las brigadas que llevan el nombre del jeque Omar Abderramán (preso en Estados Unidos), todavía se niegan a convertirse en partidos políticos e integrarse a las instituciones del Estado. Estas organizaciones son numerosas, pero pequeñas, y algunas de ellas no fueron invitadas a unirse a los organismos oficiales (o no se les dieron incentivos suficientes para hacerlo).
Sufian bin Qumu, comandante de Ansar Al Sharia en Derna y ex detenido en Guantánamo, declaró en una entrevista concedida el pasado abril: “Nadie nos propuso unirnos al ejército o a la policía”. Y agregó: “Ni siquiera se nos dio, ni a mí ni a ninguno de mis hombres, una recompensa por nuestra lucha”. Bin Qumu tiene una pequeña fuerza paramilitar entrenándose en el bosque Bou Musafir, en las afueras de Derna. Insiste en que si el jefe de los boy scouts [N.d.T. actuaron como fuerzas de apoyo en el derrocamiento de Gadafi y la posterior reorganización] o los líderes de los clanes de la ciudad le pidieran desmantelar el campo de entrenamiento, lo haría.
La trágica muerte de Stevens y de sus colegas generó una ola de indignación pública en Libia y aumentó el aislamiento y la deslegitimización de los grupos armados. Decenas de grupos activistas libios han publicado videos de homenaje a Stevens y han emitido declaraciones contra el terrorismo y Al Qaeda, como la que puede encontrarse en uno de los sitios web de los Hermanos Musulmanes. Otro que condenó el ataque fue el Gran Muftí de Libia, jeque Sadik Al Ghariani.
Para prevenir futuras tragedias en Libia, hay dos cuestiones a las que es imprescindible prestar atención. La primera es aprovechar el apoyo público y continuar el proceso de desarme, desmovilización y reintegración iniciado bajo el Consejo Nacional de Transición y que nunca se completó. La segunda es que el gobierno mejore su estrategia de comunicación.
Aunque los gobiernos de la Primavera Árabe condenaron la escandalosa película portadora de las injurias al Profeta del Islam, también deberían haber destacado que ningún organismo estadounidense, ni oficial ni extraoficial, tuvo nada que ver con la producción del filme. El castigo colectivo y el ataque a inocentes están prohibidos en más de 20 versos del Corán, como el que dice “que nadie cargará con la carga ajena (el pecado ajeno)” (Sura de la Estrella, 53:38).
Traducción: Esteban Flamini