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Las lecciones de Siria

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Bashar al-Assad
Bashar al-Assad. Photo: James Gordon/flickr.

PRINCETON – En tanto Estados Unidos y Rusia intentan concretar una conferencia que pueda llevar a las diversas partes en el conflicto sirio a la mesa de negociaciones, los potenciales participantes occidentales, al menos, deberían estar pensando en las implicancias más amplias del conflicto sirio para los dictadores y las democracias en todo el mundo. He aquí las lecciones hasta la fecha:

Los tipos malos ayudan a sus amigos. Los rusos y los iraníes están dispuestos a hacer lo que sea necesario para mantener al presidente Basharal-Assad en el poder. Hezbollah, abastecido por Irán, ya se ha desplegado abiertamente en el campo de batalla en respaldo del régimen de Assad. Rusia e Irán han abastecido al gobierno sirio con armas pesadas y otra asistencia militar, que incluye un envío ruso de misiles antibuques sofisticados con sistemas de radares avanzados. Estos ayudarán a Assad a protegerse y ahuyentar a todo aquel que se acerque al mini-estado alauí, que incluirá las instalaciones portuarias arrendadas por los rusos en Tartus.

La diplomacia sin una amenaza de fuerza creíble es una charla vacía. “Habla suavemente y lleva un gran garrote”, aconsejaba Theodore Roosevelt. El presidente Barack Obama quiere liderar como es debido en los asuntos globales a través de un poder civil más que militar; entiende que las soluciones militares para los problemas de política exterior son inmensamente costosas y muchas veces contraproducentes en términos de hacer progresos en términos de seguridad y prosperidad para Estados Unidos en el largo plazo.

Sin embargo, la estrategia de Obama en Siria parece ser “habla ruidosamente y arroja el garrote”. Obama ha dejado en claro una y otra vez (al igual que el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen) que no tiene ningún interés de intervenir militarmente en Siria. ¿Y cuál fue la respuesta estadounidense al último envío de misiles rusos? El secretario de Estado John Kerry dijo: “Pienso que hemos dejado bien en claro que preferiríamos que Rusia no estuviera brindando asistencia”.

Estados Unidos ha desechado una de sus herramientas de política exterior más importantes, creando un incentivo para que el gobierno sirio y sus seguidores sigan combatiendo hasta estar en la posición más ventajosa posible para negociar un acuerdo -eso es, si es que realmente tienen algún incentivo para negociar.

Si uno es un dictador que enfrenta protestas políticas sostenidas, tiene que ser lo más brutal posible e incitar asesinatos sectarios. Parte de la agonía de Siria es la naturaleza del conflicto que tiende a autocumplirse. Desde marzo a diciembre de 2011, cientos de miles de sirios marcharon todos los viernes, reclamando la misma liberalización política que los tunecinos, los egipcios, los yemeníes, los bahrainíes, los jordanos y otros en Oriente Medio y el norte de África pedían en lo que optimistamente se llamó “la primavera árabe”. Estaban desarmados y la policía antidisturbios y francotiradores del gobierno les dispararon en las calles, hasta que finalmente empezaron a formar pequeñas milicias locales para autoprotegerse -milicias que poco a poco fueron creciendo hasta convertirse en la federación inarticulada de fuerzas hoy conocida como el Ejército Libre Sirio.

Al mismo tiempo, Assad describía la violencia como el producto de los terroristas y los extremistas suníes que buscaban dominar a las minorías alauíes, drusas, kurdas, cristianas y otros grupos. Trabajó asiduamente para avivar las llamas de la guerra civil sectaria y lo logró, considerando que hoy la principal razón para no intervenir para frenar los asesinatos es la imposibilidad de hacerlo de manera efectiva en un contexto de violencia sectaria.

Las organizaciones regionales siguen sin poder resolver los problemas regionales sin el liderazgo de una gran potencia. Turquía ha estado amenazando y reclamando una acción militar durante 18 meses, pero las autoridades estadounidenses dicen que los turcos, en realidad, no están dispuestos a hacer algo más que ofrecer respaldo a los refugiados y los combatientes de la oposición. Qatar y Arabia Saudita también están enviando armas a los grupos opositores sirios, pero la Liga Árabe y el Consejo de Cooperación del Golfo están paralizados. Sin una gran potencia dispuesta tanto a compartir el liderazgo como a empujar desde atrás, las organizaciones regionales no pueden tomar las riendas en su propio vecindario.

El sufrimiento humano, incluso a una escala masiva y desestabilizadora, no pondrá al mundo en acción. En una conversación reciente sobre Siria con un par de expertos reconocidos en el terreno de la política exterior, un participante sugirió que las fronteras actuales de Oriente Medio, trazadas en tiempos coloniales, no pueden perdurar y que es necesario volver a definirlas. Yo señalé la posibilidad de una conflagración en Oriente Medio equivalente a la Guerra de Treinta Años en Europa en la que, según se estima, fueron asesinados entre la mitad y las tres cuartas partes de la población de algunos de los estados participantes. Uno de mis interlocutores coincidió, pero dijo que no podíamos hacer nada para detenerlo, porque “ése es el período de la historia en el que estamos”.

A pesar de todas las proclamaciones piadosas del mundo sobre “nunca más”, un mantra que surge del Holocausto, los asesinatos masivos casi nunca motivan la intervención extranjera. Es sorprendente pensar que el mundo se movilizó de inmediato para expulsar a Irak de Kuwait en 1991, pero titubeó durante más de dos años mientras decenas de miles de sirios han sido asesinados, y su país, una cuna de civilización, quedó arrasado.

Suele decirse que la intervención “humanitaria” -una acción que está motivada por nuestra preocupación por el destino de los otros seres humanos- refleja una “preocupación moral”. ¿Pero cuántas guerras hacen falta para que entendamos que los asesinatos siempre engendran más asesinatos? La gente que es testigo de la matanza salvaje de sus hijos y sus padres, la violación de sus esposas, hijas y hermanas, y la destrucción injustificable de sus hogares y sus vidas nunca olvida. Lleva la venganza en su corazón de generación en generación, hasta que se hace una medida de justicia, alimentando su animosidad en conflictos gélidos que bloquean el crecimiento económico, impiden la formación de capital social y paralizan a las instituciones políticas.

Cuando ningún bando en una guerra tiene un motivo para dejar de pelear, una conferencia de paz no puede prosperar. En Siria, los argumentos morales, estratégicos y políticos convergen a favor de una acción decisiva para frenar los asesinatos, si no para siempre, al menos por ahora, para crear espacio para la paz. Pero si las lecciones de los últimos dos años sirven de guía, las ruedas de la violencia seguirán rodando.

Copyright Project Syndicate

Anne-Marie Slaughter, ex directora de planificación política en el Departamento de Estado norteamericano (2009-2011), es profesora de Política y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.

For additional reading on this topic please see:

Armed Conflict in Syria: US and International Response


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