BOSTON – Las protestas contra Japón que siguen agitando a China son tan sólo otro indicio más del surgimiento de un potente nacionalismo chino. Después de haberse fomentado lentamente entre los intelectuales chinos durante un siglo, el sentimiento nacionalista ha capturado y redefinido la conciencia del pueblo chino durante las últimas dos décadas, en las cuales China ha gozado de un auge económico. Esta conciencia nacional masiva lanzó al coloso chino a la competencia mundial por lograr un estatus internacional que corresponda a las vastas capacidades de este país y a la concepción que tiene el pueblo chino sobre el lugar que legítimamente le correspondería a su país en el mundo.
Rápida, visible e inevitablemente, China se ha levantado. De hecho, probablemente se recordará nuestra época como el momento en el que nació un nuevo orden mundial, con China en el timón.
La conciencia competitiva nacional – que se define como saber conscientemente que la dignidad individual de una persona se encuentra inseparablemente ligada al prestigio de su “pueblo” – se introdujo en las mentes de las mejores y más brillantes personas de China entre los años 1895 y 1905. En el año 1895, China fue derrotada por Japón, un pequeño agresor a quien los chinos llaman despectivamente wa (el enano). China ya se había acostumbrado a que potencias occidentales rapaces se peleen por sus riquezas, pero se había mantenido firme en su convicción sobre la irrelevancia de dichas potencias. Sin embargo, el ataque de Japón, una mancha en su propia casa, desbarató su auto-confianza y se percibió en China como una humillación terrible e intolerable.
El triunfo de Japón del año 1905 sobre Rusia, llamada la “gran potencia blanca”, reparó el daño al sentido de dignidad de China. Desde el punto de vista chino, Rusia era una potencia europea formidable, una potencia temida por otras potencias occidentales. Su derrota, por lo tanto, se percibió como un desafío de Asia al occidente que tuvo éxito, en el cual China, según la percepción de sus intelectuales, estuvo representada por el Japón.
De este modo, Japón se convirtió en el centro de atención de la China. En las primeras décadas del siglo XX, los eruditos chinos, quienes estaban destinados a reformar y dotar de personal al ejército y a la administración pública en China, estudiaban en Japón. La revolución del año 1911 se inspiró en la Restauración Meiji en Japón y, debido a que el Japón de principios del siglo XX era estridentemente nacionalista, la nueva China que surgió a su imagen, se construyo también sobre la base de principios nacionalistas.
Consecuentemente, Japón se convirtió para China en su “media naranja”, en el modelo que se imitaba y en el anti-modelo que se detestaba. El nacionalismo chino se prestó el concepto japonés de nación, incluyendo la propia palabra para expresar dicho concepto (kuoming, del japonéskokumin). Japón, de manera explícita, fue la fuente de inspiración para el Kuomintang (el Movimiento Nacionalista Chino), movimiento que fue impulsado por las repetidas agresiones japonesas.
Paradójicamente, pero no de forma inesperada, la lucha de Mao Tse Tung contra el movimientoKuomintang también tuvo como inspiración al nacionalismo anti-japonés. Al igual que prácticamente en todas partes, el comunismo en China tuvo encarnación nacionalista. El discurso de Mao sobre el establecimiento de la República Popular expresa claramente la agenda nacionalista detrás del mismo. Denominar a la nación con la palabra “comunista” garantizó el apoyo de la Unión Soviética a la nueva República Popular de China, apoyo que fue visto por Mao como más fiable que el de los Estados Unidos. Pero, ni los comunistas rusos ni los comunistas chinos nunca estuvieron confundidos sobre la naturaleza nacionalista de sus respectivos proyectos.
Los niveles más altos de la burocracia y de la intelectualidad de Rusia y China fueron conscientemente nacionalistas y, a lo largo de todo el régimen comunista, astutamente persiguieron el objetivo supremo nacionalista: el prestigio – que se define como tener el poder, desnudo o disfrazado, para imponer la voluntad de la nación a los demás. Pero la conciencia nacional, especialmente en China, se limitó a una pequeña élite, dejando a casi la totalidad de las masas fuera del espectro de dicha conciencia nacional.
Esta situación cambió dramáticamente cuando el gobierno chino reinstauró una economía capitalista. Al igual que en Alemania en la década de 1840, cuando la atracción ejercida por los emprendimientos privados logró convertir a toda la clase media al nacionalismo, el poder económico – conceptualizado como el pilar central de la grandeza de China – despertó a los chinos comunes y corriente y los atrajo hacia el nacionalismo. Cientos de millones de chinos ahora se ven a sí mismos como parte de la dignidad de la nación, y están ansiosos por contribuir a dicha dignidad, así como a defenderla del insulto.
La competencia por el prestigio, incluso cuando la contienda es económica, no es un emprendimiento puramente racional. Por lo tanto, no debería sorprender que heridas antiguas tiendan a resurgir. Algunos chinos, especialmente los que no son económicamente exitosos, rumian amargamente sobre las acciones depredadoras que llevó a cabo Japón en el pasado. A pesar de que China adoptó al capitalismo y a la inversión japonesa, Japón sigue siendo la vilipendiada media naranja de China. De hecho, un profesor en Pekín me dijo no hace mucho tiempo atrás: “Dos de cada diez chinos tienen aversión a los EE.UU., pero nueve de cada diez odian a Japón”.
Para Occidente, existe un resquicio de esperanza en esta rivalidad nacionalista: ni China ni Japón son Estados delincuentes, y, siempre y cuando sus disputas no conduzcan a la utilización de armas no convencionales, es posible que se trate la fricción entre ellos como una pelea asiática interna. Además, Japón probablemente deje que se enfríen las pasiones actuales sobre las islas en el Mar Oriental de China que se encuentran en disputa, a pesar de las protestas contra Japón en las ciudades chinas.
Pero para Occidente – y para los EE.UU. en especial – estas rivalidades al estilo chino basadas en la dignidad son algo nuevo. Si el occidente se sobrepasa y se atreve a hablar de manera condescendiente con la cultura de los sabios que tiene más de 5.000 años de antigüedad, podría convertirse en el siguiente objeto del resentimiento nacionalista de China.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
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