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La inmigración y el poder americano

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THE GOLDEN DOOR WAS LOCKED
A pier near Fort Clinton at Battery Park, New York City. Photo: Astro Zhang Yu/flickr

CAMBRIDGE – Los Estados Unidos son una nación de inmigrantes. Exceptuado un pequeño número de nativos americanos, todo el mundo procede de algún otro país e incluso los inmigrantes recientes pueden alcanzar altos puestos políticos y económicos. En cierta ocasión el Presidente Franklin Roosevelt se dirigió a las Hijas de la Revolución Americana, grupo que se jactaba de la temprana llegada de sus antepasados, con estas famosas palabras: “Compañeros inmigrantes”.

Sin embargo, en los últimos años la política de los EE.UU. ha tenido un fuerte sesgo antiinmigrante y esa cuestión ha desempeñado un papel importante en la batalla por el nombramiento del candidato a la presidencia del Partido Republicano en 2012, pero la reelección de Barack Obama ha demostrado el poder electoral de los votantes latinos, que rechazaron al candidato republicano, Mitt Romney, por una mayoría de tres a uno, como los asiático-americanos.

A consecuencia de ello, varios destacados políticos republicanos están instando ahora a su partido a que revise sus políticas antiinmigración y en el programa al comienzo del segundo mandato de Obama hay planes para reformar la inmigración. Una reforma lograda será un paso importante para prevenir la decadencia del poder americano.

Los temores por las repercusiones de la inmigración en los valores nacionales y en un sentido coherente de la identidad americana no son algo nuevo. El movimiento del siglo XIX “Know Nothing” se basó en la oposición a los inmigrantes, en particular los irlandeses. A partir de 1882 se señaló a los chinos para su exclusión y con la más restrictiva Ley de Inmigración de 1924 se aminoró el ritmo de la inmigración en general durante los cuatro decenios siguientes.

Durante el siglo XX, los EE.UU. registraron el mayor porcentaje de residentes extranjeros, el 14,7 por ciento, en 1910. Un siglo después, según el censo de 2010, el 13 por ciento de la población americana nació en un país extranjero, pero, pese a ser una nación de inmigrantes, son más los americanos escépticos sobre la inmigración que los partidarios de ella. Diversas encuestas de opinión muestran una pluralidad o una mayoría a favor de una menor inmigración. La recesión exacerbó esas opiniones: en 2009, la mitad del público de los EE.UU. era partidaria de permitir una menor cantidad de inmigrantes, frente al 39 por ciento en 2008.

Tanto el número de los inmigrantes como su origen han causado preocupación por los efectos de la inmigración en la cultura americana. Los demógrafos presentan un país en 2050 en el que los blancos no hispanos serán la mayoría sólo por muy poca diferencia. Los hispanos representarán el 25 por ciento de la población y los afroamericanos y los asiático-americanos representarán el 14 por ciento y el ocho por ciento, respectivamente.

Pero las comunicaciones de masas y las fuerzas del mercado producen incentivos poderosos para el dominio de la lengua inglesa y la aceptación de cierto grado de asimilación. Los medios de comunicación modernos ayudan a los nuevos inmigrantes a aprender de antemano más sobre su nuevo país que a los de hace un siglo. De hecho, la mayor parte de la documentación al respecto indica que los últimos inmigrantes están asimilándose al menos tan rápidamente como sus predecesores.

Si bien una inmigración demasiado rápida puede causar problemas sociales, a largo plazo la inmigración fortalece el poder de los EE.UU. Se calcula que al menos 83 países y territorios tienen actualmente tasas de fecundidad inferiores al nivel necesario para mantener constante su población. Mientras que la mayoría de los países desarrollados experimentarán una escasez de población con el avance de este siglo, los Estados Unidos son de los pocos que podrían evitar la disminución demográfica y mantener su participación en la población mundial.

Por ejemplo, para mantener el tamaño de su población actual, el Japón tendría que aceptar 350.000 inmigrantes anuales durante los cincuenta próximos años, cosa difícil en el caso de una cultura históricamente hostil a la inmigración. En cambio, la población de los EE.UU. aumentará, según las proyecciones de la Oficina del Censo, un 49 por ciento en los cuatro próximos decenios.

En la actualidad, los EE.UU. son el tercer país del mundo por el tamaño de su población; dentro de cincuenta años, es probable que siga siéndolo (después de China y la India). Se trata de un aspecto muy importante para el poder económico: mientras que casi todos los demás países desarrollados afrontarán una carga en aumento para la asistencia a su generación mayor, la inmigración podría contribuir a atenuar ese problema en el caso de los EE.UU.

Además, aunque los estudios al respecto indican que los beneficios económicos a corto plazo de la inmigración son relativamente pequeños y que los trabajadores no especializados pueden verse afectados por la competencia, los inmigrantes especializados pueden ser importantes para determinados sectores y para el crecimiento a largo plazo. Existe una sólida correlación entre el número de visados concedidos a solicitantes especializados y las patentes registradas en los EE.UU. Al comienzo de este siglo, ingenieros de origen chino e indio regentaban una cuarta parte de las empresas tecnológicas de Silicon Valley, lo que representaba unas ventas de 17.800 millones de dólares, y en 2005 los inmigrantes habían contribuido a fundar una cuarta parte de todas las empresas tecnológicas de nueva creación durante el decenio anterior. Inmigrantes o hijos de inmigrantes fundaron el 40 por ciento, aproximadamente, de las empresas que formaban parte de la lista Fortune 500 de 2010.

Igualmente importantes son los beneficios de la inmigración para el poder blando de los Estados Unidos. El hecho de que haya personas que quieran acudir a los EE.UU. aumenta el atractivo de este país y la movilidad ascendente de los inmigrantes resulta atractiva para personas de otros países. Los EE.UU. son un imán y muchas personas pueden imaginarse como americanos en parte porque muchos americanos triunfantes se parecen a ellos. Además, las conexiones entre los inmigrantes y sus familias y sus amigos en su país de origen contribuyen a transmitir una información precisa y positiva sobre los EE.UU.

Asimismo, como la presencia de muchas culturas crea vías de conexión con otros países, contribuye a ampliar las actitudes y las opiniones de los americanos sobre el mundo en una época de mundialización. En lugar de diluir el poder duro y el blando, la inmigración los intensifica.

El ex dirigente de Singapur, Lee Kwan Yew, observador sagaz de los Estados Unidos y de China, sostiene que ésta no superará a aquéllos como potencia hegemónica del siglo XXI, precisamente porque los EE.UU. atraen a los mayores talentos del resto del mundo y los fusionan en una cultura diversa y creativa. China tiene una población mayor para reclutar talento autóctono, pero, a juicio de Lee, su cultura centrada en sí misma la hará menos creativa que los EE.UU.

Se trata de una opinión que los americanos deben tener muy en cuenta. Si Obama logra promulgar una reforma de la inmigración en su segundo mandato, habrá dado un paso de gigante con miras al cumplimiento de su promesa de mantener la fuerza de los EE.UU.

Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Copyright Project Syndicate

Joseph S. Nye es profesor en la Universidad de Harvard y autor de The Future of Power (“El futuro del poder”).

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