TRÍPOLI – “La verdad es que no esperábamos estos resultados, pero… nuestro futuro es ciertamente mejor que nuestro presente y nuestro pasado”, señaló Sami al-Saadi, ex ideólogo del Grupo Libio de Lucha Islámica (GLLI) y fundador del partido político al-Umma al-Wasat, que alcanzó el tercer lugar en Trípoli Central en las pasadas elecciones legislativas libias. El hombre al que el líder talibán Mulá Omar llamara el “Jeque de los Árabes” y que ayudara a escribir el manifiesto antidemocrático “La opción es de ellos” del GLLI, aceptó la aparente victoria de las fuerzas libias más liberales.
De hecho, los resultados sorprendieron incluso a quienes no esperaban una aplastante victoria islámista. En el distrito electoral en que se encuentra Derna, que se suele ver como un bastión islamista, la Coalición de Fuerzas Nacionales (CFN), una agrupación de más de 60 partidos y cientos de organizaciones de la sociedad civil, de corte liberal, ganó 59.769 votos, mientras que el Partido de la Justicia y la Construcción (PJC) de los Hermanos Musulmanes (HM) obtuvo apenas 8.619. La también liberal Tendencia Central Nacional (TCN) llegó tercera, con 4.962 votos.
En el empobrecido distrito occidental de Abu Selim, donde a muchos islamistas se los ve como a héroes locales por sus sacrificios bajo el régimen del Coronel Muamar el Gadafi, la CFN arrasó con 60.052 votos, derrotando a los seis partidos islamistas, que recibieron en total menos de 15.000 preferencias. Como un todo, los partidos de tendencia liberal lograron el primer lugar en 11 de los 13 distritos electorales de Libia: la CFN ganó diez y la TCN, uno.
En todo caso, los resultados afectarán a solo 80 de las 200 bancas de la asamblea constitucional, cuyo mandato es nombrar un primer ministro, un gobierno y un comité para presentar un borrador de constitución. Las demás 120 bancas se asignan a candidatos individuales, que probablemente sean notables locales, independientes con fuertes vínculos tribales y, en menor grado, una combinación de políticos liberales e islamistas.
Más aún, si bien los islamistas fueron los claros derrotados, lograron votaciones bastante importantes en muchos distritos. En toda Libia, alcanzaron el segundo lugar en diez distritos (el PJC en nueve y la Coalición de la Originalidad, salafista, en uno). En Misurata, el PJC logró el segundo lugar, tras el Partido Unión por la Patria, pero aún así pudo obtener el triple de votos que la CFN, que llegó en cuarto lugar.
Sin embargo, la pregunta sigue en pie: ¿qué les ocurrió a los islamistas? Habían encabezado la oposición a Gadafi, recibieron consejos y asesoría de sus hermanos de fe de Túnez y Egipto, y adornaron su retórica con simbolismo religioso en un país profundamente musulmán. Sin embargo, para muchos no bastó con eso.
Una diferencia notable con los Hermanos Musulmanes de Egipto y el partido Ennahda de Túnez, por una parte, y los islamistas libios, por otra, es el nivel de institucionalización e interacción con las masas. A lo largo de las cuatro décadas en que Gadafi se mantuvo en el poder, los islamistas libios no pudieron crear redes locales, desarrollar estructuras organizacionales, jerarquías o instituciones, o dar pie a un sistema paralelo de clínicas y servicios sociales, como lo hicieran sus contrapartes de Egipto, Túnez, Marruecos y Jordania.
Como resultado, los islamistas libios no pudieron unirse en una coalición del tamaño de la de Mahmoud Jibril, el ex primer ministro bajo en Consejo Nacional de Transición, que lidera la CFN. En lugar de ello, sus votos se dividieron en varios partidos, seis de los cuales son significativos.
Sin embargo, otra razón para la fuerte convocatoria “liberal” fue el factor de “sangre”. “No daré lo votos de mi familia a los HM. Dos de mis primos murieron por su culpa”, me dijo Mohamed Abdul Hakim, votante de Bengazi. Está de acuerdo con el Islam debe ser la fuente de las leyes y que su esposa use un niqab, pero votó por los liberales: en los años 90 sus primos murieron en una confrontación, con toda probabilidad entre el Movimiento de los Mártires (un pequeño grupo yihadista activo en su barrio en esos años) y las fuerzas de Gadafi.
No obstante, muchos libios de la calle, entre ellos Hakim, no distinguen entre las organizaciones islamistas y sus historias. Para ellos, todos los islamistas son “Ikhwan” (HM). La “mancha” de haber participado directamente en acciones armadas, junto a los temores de que se implanten leyes similares a las de los talibanes o a una guerra civil como la de Argelia en los 90 ha dañado a los islamistas de todo tipo.
Una tercera razón tiene relación con su retórica de campaña. “Es ofensivo que se me diga que tengo que votar por un partido islámico”, me señaló Jamila Marzouki, graduada en Estudios islámicos, a pesar de creer que el Islam debe ser la principal referencia de las leyes libias. “En Libia somos musulmanes. No me pueden arrebatar mi identidad y reclamar que es solo de ellos”.
Otros factores tienen más que ver con el lado liberal. La legitimidad internacional de Jibril, su afiliación tribal (la tribu Warfalla abarca cerca de un millón de los 6,4 habitantes del país) y su estilo de liderazgo, junto con una amplia coalición, funcionaron bien para las fuerzas liberales. También lo hizo una campaña electoral inteligente que se centró en los incentivos y la esperanza, mientras exageraba las repercusiones de la toma del poder por los islamistas.
El resultado fue otra paradoja de la Primavera Árabe: un país que parecía reunir todas las condiciones para una victoria islamista produjo unos resultados electorales con los que solo podrían soñar los liberales de Túnez o Egipto.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
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