TOKYO – El Japón ha salido en los noticieros últimamente por su disputa con China sobre seis kilómetros cuadrados de unos islotes áridos en el mar de la China Oriental que el Japón llama Senkaku y China islas Diaoyu. Esas reivindicaciones opuestas se remontan a finales del siglo XIX, pero el reciente estallido, que provocó generalizadas manifestaciones antijaponesas en China, comenzó en septiembre, cuando el Gobierno del Japón compró tres de esos diminutos islotes a su propietario privado japonés.
El Primer Ministro, Yoshihiko Noda, ha dicho que decidió comprar las islas para el Gobierno central del Japón con el fin de impedir que el gobernador de Tokio, Shintaro Ishihara, lo hiciera con fondos municipales. Ishihara, que después dimitió de su cargo para lanzar un nuevo partido político, es bien conocido por sus provocaciones nacionalistas y Noda temía que intentara ocupar las islas o buscar otras formas de utilizarlas para provocar a China y conseguir apoyo en el Japón. Sin embargo, los altos cargos de China no aceptaron la explicación de Noda e interpretaron la compra como una prueba de que el Japón está intentando alterar el status quo.
En mayo de 1972, cuando los Estados Unidos devolvieron la prefectura de Okinawa al Japón, la transferencia comprendió también las islas Senkaku, que los EE.UU. habían administrado desde Okinawa. Unos meses después, cuando el Japón y China normalizaron sus relaciones posteriores a la segunda guerra mundial, el Primer Ministro del Japón, Kakuei Tanaka, preguntó al Primer Ministro de China, Zhou Enlai por las Senkaku y recibió la respuesta de que, antes que permitir que esa disputa retrasara la normalización, era mejor legar esa cuestión a generaciones futuras.
De modo, que los dos países mantuvieron sus reivindicaciones de la soberanía. Aunque el Japón tenía el control administrativo, a veces barcos chinos entraban en aguas japonesas para afirmar su posición jurídica. Para China, ése era el status quo que el Japón trastocó en septiembre. Según analistas chinos con los que hablé recientemente en Beijing, el Japón está entrando en un período de nacionalismo militarista de derecha y la compra de las islas fue una iniciativa deliberada para iniciar la erosión del acuerdo posterior a la segunda guerra mundial.
Si bien la retórica china adolece de un acaloramiento excesivo, no cabe duda de que en el Japón hay un cambio de actitud derechista, aunque sería difícil calificarlo de militarista. Recientemente, se hizo una encuesta entre un numeroso grupo de estudiantes de la Universidad de Waseda sobre sus actitudes para con el ejército. Si bien un buen número de ellos expresó su deseo de que el Japón mejorara su capacidad para defenderse, una mayoría abrumadora rechazó la idea de fabricar armas nucleares y apoyó la posición de seguir confiando en el Tratado de Seguridad EE.UU.-Japón. Como me dijo un joven profesional, “estamos interesados en el nacionalismo conservador, no en el militarista. Nadie quiere volver al decenio de 1930.”
Y, naturalmente, las Fuerzas de Autodefensa del Japón son profesionales y su mando es totalmente civil.
El Japón va a celebrar elecciones parlamentarias en un futuro próximo, en agosto de 2013 a más tardar, pero también podría ser en fecha tan próxima como el comienzo de ese año. Según las encuestas de opinión pública, es probable que el gobernante Partido Democrático del Japón, que llegó al poder en 2009, sea substituido por el Partido Liberal Democrático, cuyo presidente, Shinzo Abe, sería el Primer Ministro, cargo que ya ha ocupado.
Abe tiene fama de nacionalista y recientemente visitó el Santuario Yasukuni, monumento conmemorativo de la guerra situado en Tokyo y que resulta polémico en China y Corea. Además, Toru Hashimoto, el joven alcalde de Osaka, segunda ciudad del Japón por su tamaño, ha creado un nuevo partido y también se ha granjeado fama de nacionalista.
Parece que se ven los efectos en la política japonesa de un lento crecimiento económico a lo largo de dos decenios que ha creado problemas fiscales y una actitud entre los jóvenes más preocupada por su propio país. La matriculación de estudiantes japoneses en universidades de los EE.UU. se ha reducido más del 50 por ciento desde 2000.
Hace treinta años, el profesor de Harvard Ezra Vogel publicó Japan as Number 1: Lessons for America (“El Japón como número uno. Enseñanzas para los Estados Unidos”), libro que celebraba el ascenso del Japón impulsado por el sector manufacturero hasta el puesto de segunda economía del mundo por tamaño. Recientemente, Vogel ha calificado el sistema político del Japón de “absoluto desastre”, pues casi todos los años se substituye al Primer Ministro y las esperanzas de la generación más joven resultan socavadas por años de deflación. Yoichi Funabashi, ex editor jefe del periódico Asahi Shimbun, está también preocupado: “Existe la sensación en el Japón de que no estamos preparados para ser un participante fuerte y competitivo en este planeta mundializado”.
Pese a esos problemas, el Japón sigue teniendo fuerzas considerables. Aunque hace dos años China superó al Japón como segunda economía del mundo por tamaño, la de este último país es una sociedad acomodada con una renta por habitante mucho mayor. Tiene universidades impresionantes y un alto nivel de instrucción, empresas mundiales bien gestionadas y una sólida ética del trabajo. Es una sociedad que se ha reinventado dos veces en menos de 200 años: en el siglo XIX, con la Restauración Meiji, y después de la derrota de 1945. Algunos analistas abrigaron la esperanza de que el terremoto, el maremoto y la catástrofe nuclear diera un tercer impulso de reinvención nacional, pero aún no se ha producido.
Muchos jóvenes japoneses me han dicho que están “hartos” del estancamiento y la deriva. Cuando se les preguntó por la tendencia derechista en política, algunos jóvenes diputados a la Dieta (Parlamento) expresaron su esperanza de que se produjera una realineación entre los partidos políticos que propiciara un gobierno nacional más estable y eficaz. Si se ayuntase un nacionalismo moderado al yugo de la reforma política, los resultados podrían ser buenos para el Japón… y para el resto del mundo.
Pero, si un estado de ánimo nacionalista en aumento propiciara posiciones simbólicas y populistas que obtuvieran votos en las elecciones nacionales, pero se granjeasen la antipatía de sus vecinos, tanto el Japón como el mundo resultarían perjudicados. Lo que ocurra en la política japonesa durante los próximos meses tendrá repercusiones allende la costas del país.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
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