El plan de juego de China en Afganistán

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The game of Weiqi
The game of Weiqi. Photo: fabiocosta0305/flickr.

MADRID – En su último libro, On China, Henry Kissinger utiliza los tradicionales juegos intelectuales favoritos de China y Occidente -el weiqi y el ajedrez- como una manera de poder revelar las actitudes diferentes de estos países en materia de política de poder internacional. El ajedrez tiene que ver con una victoria total, una batalla clausewitziana por el “centro de gravedad” y la eventual eliminación del enemigo, mientras que el weiqi se basa en la búsqueda de una ventaja relativa a través de una estrategia de cerco que evita el conflicto directo.

Este contraste cultural es una guía útil para entender la manera en que China maneja su competencia actual con Occidente. La política afgana de China es un claro ejemplo, pero también es un desafío formidable para la estrategia del weiqi. Conforme Estados Unidos se prepara para retirar sus tropas del país, China debe lidiar con un escenario de posguerra incierto.

Afganistán representa un interés estratégico vital para China; sin embargo, a sus líderes nunca se les ocurrió defender esos intereses a través de la guerra. Afganistán no sólo es una zona de seguridad crítica para la región occidental de China, sino también un importante corredor a través del cual puede poner a salvo sus intereses en Pakistán (un aliado tradicional en la competencia de China con India) y asegurar su acceso a recursos naturales vitales en la región. Es más, la ya convulsionada provincia de Xinjiang, que es mayoritariamente musulmana y linda con Afganistán, podría resultar peligrosamente afectada si los talibán coparan el poder allí o el país se desmembrara.

Estados Unidos libró su guerra más prolongada de la historia en Afganistán, a un costo (hasta la fecha) de más de 555.000 millones de dólares, sin mencionar las decenas de miles de bajas civiles afganas y los cerca de 3.100 soldados estadounidenses que murieron en la contienda. En cambio, la estrategia de China en el país se centró esencialmente en el desarrollo comercial, y en saciar su gigantesco apetito de energía y minerales. El Departamento de Defensa de Estados Unidos valuó los depósitos minerales no explorados de Afganistán en 1 billón de dólares. Pero ahora es China la que está en condiciones de explotar gran parte de estos recursos.

Por cierto, el desarrollo por parte de China de la mina de cobre Aynak fue la mayor inversión extranjera directa en la historia de Afganistán. China también participó en la construcción de una planta eléctrica de 500 millones de dólares y un enlace ferroviario entre Tayikistán y Pakistán. El pasado mes de diciembre, la Corporación Nacional de Petróleo, un organismo estatal chino, firmó un acuerdo con las autoridades afganas que la convertirá en la primera compañía extranjera en explotar las reservas de petróleo y gas natural de Afganistán.

Una vez que los enormes intereses económicos y de seguridad de China en Afganistán queden sin la protección militar de Estados Unidos, los chinos se verán obligados a desempeñar un papel aún más importante allí -los afganos esperan que este papel alcance “niveles estratégicos”-. China preferiría lograr este objetivo a la manera china -es decir, básicamente a través de una demostración de poder blando- o, como dijo el gobierno chino en ocasión de la visita oficial del presidente afgano, Hamid Karzai, a Beijing a comienzos de junio, a través de “áreas de seguridad no tradicionales”.

A juzgar por el comportamiento de China en otras partes del mundo, es factible que cualquier cooperación militar sea extremadamente modesta y cautelosa. China ya dejó en claro que no contribuirá al fondo multilateral de 4.100 millones de dólares para sustentar las fuerzas de seguridad nacional afganas.

Por el contrario, el acuerdo de cooperación bilateral recientemente firmado por los dos países gira en torno a “salvaguardar la estabilidad nacional de Afganistán” a través del desarrollo social y económico. A China le interesa especialmente combatir el narcotráfico, considerando que Badakhshan, la provincia afgana que linda con Xinjiang, se convirtió en la principal ruta de tránsito del opio proveniente de Afganistán. Pero impedir la penetración en Xinjiang del extremismo religioso inspirado en los talibán también sigue siendo una altísima prioridad.

China hizo un gran esfuerzo para presentar la reciente cumbre en Beijing de la Organización de Cooperación de Shanghái, que incluye a China, Rusia y los principales países de Asia central, como un intento por crear un equilibrio justo de intereses entre los actores regionales. Es más, la Organización buscó alcanzar un consenso sobre cómo resguardar la región, según las palabras del presidente chino, Hu Jintao, “de las sacudidas generadas por la turbulencia fuera de la región”.

Sin embargo, por más centrada que esté en la proyección de poder blando en Afganistán, a China probablemente le resulte difícil no verse arrastrada a ejercer el papel de policía en una región extremadamente compleja e históricamente acuciada por el conflicto. Es más, el alcance regional de China choca con el de otras potencias regionales, como Rusia e India. Pakistán, su propio aliado, tampoco está particularmente ansioso por confrontar a los grupos terroristas que amenazan la seguridad de sus vecinos, entre ellos China.

A Pakistán quizá le resulte extremadamente difícil reconciliar la seguridad de su aliado chino con su guerra de poder de facto con India. China entonces se vería obligada a incrementar su presencia militar en Pakistán y en zonas tribales a lo largo de la frontera afgana para contrarrestar a grupos terroristas como el Movimiento Islámico de Turkestán Oriental, basado en Pakistán, que al entender de los chinos es responsable de ataques en Xinjiang.

Lo que preferirían los chinos sería la vía de la cooptación y el diálogo. Por cierto, la diplomacia china ha participado mucho últimamente en conversaciones trilaterales con Pakistán y Afganistán con la intención de alcanzar una reconciliación con los talibán. A China tampoco le interesa agitar el conflicto entre sus aliados paquistaníes y sus rivales indios. Por el contrario, China sostuvo durante años que el principal problema que afecta la estabilidad de Afganistán es la lucha de poder entre India y Pakistán, y que la paz en Cachemira es, por ende, la clave para la paz en Afganistán.

La tarea de defender sus intereses en Afganistán tras el retiro de Estados Unidos es un desafío verdaderamente importante para la diplomacia china. Sin embargo, es inimaginable que los chinos lleven a cabo el tipo de intervención militar masiva al estilo norteamericano al que el mundo se ha acostumbrado en los últimos años. Para China, la contienda afgana muy probablemente termine siendo una combinación muy medida de ajedrez y weiqi.

Copyright Project Syndicate


Shlomo Ben Ami fue ministro de Relaciones Exteriores de Israel y hoy se desempeña como vicepresidente del Centro Internacional Toledo para la Paz. Es el autor de Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy.

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China’s Silk Road Strategy in AfPak: The Shanghai Cooperation Organization

Karzai’s Balancing Act: Bringing China In?

China’s Soft Power in South Asia


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