LOS ANGELES – Desde que estalló la guerra civil en Siria, su arsenal de armas químicas se cierne sobre la zona de conflicto y más allá. Ahora Israel afirma que el régimen sirio ha utilizado armas químicas.
Ante el temor de que el conflicto empeore, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, ha declarado en repetidas ocasiones que el uso o transferencia de armas químicas por Siria sería cruzar una “línea roja” y el régimen del presidente Bashar al-Assad tendría que “responder por ello”. No obstante, las implicaciones prácticas de esta advertencia son vagas.
Por peligroso que sea el arsenal de armas químicas de Siria, es mucho menos importante que otro riesgo que se hizo evidente a finales de febrero, cuando los rebeldes sirios tomaron una base de misiles Scud en Al-Kibar, en el remoto desierto del noreste del país. Debajo de las instalaciones yacían los restos enterrados del reactor nuclear diseñado por Corea del Norte que la fuerza aérea israelí había destruido el 6 de septiembre de 2007.
Si Israel no hubiera descubierto la planta secreta, que estaba a punto de iniciar operaciones para producir material destinado a un arsenal atómico, los rebeldes tendrían en efecto un arma radiológica. Esa simple amenaza podría haber dejado al gobierno sirio en posición de rehén. Mucho más preocupante es que, si los ingenieros sirios hubieran construido un laboratorio en ese lugar o en cualquier otro territorio controlado ahora por los rebeldes para extraer plutonio a partir del combustible usado del reactor, los insurgentes podrían haber encontrado incluso los ingredientes para fabricar una bomba atómica.
Afortunadamente Siria no se enfrenta a esas amenazas actualmente. Sin embargo, Pakistán, Corea del Norte e Irán –que son todos países inestables con actividades nucleares crecientes- tal vez tengan que afrontarlas en el futuro. ¿Cuánto debe preocuparse el mundo?
La historia permite ser optimista. Después de todo, los países que han encarado riesgos nucleares han logrado contenerlos en las circunstancias más difíciles. Durante el violento colapso de Yugoslavia, los adversarios nunca atacaron ni invadieron el reactor de investigación de Serbia, que utilizaba como combustible uranio enriquecido. Cuando los aviones serbios volaron a una altitud amenazadoramente baja sobre la planta nuclear de Eslovenia, no atacaron el reactor.
De forma similar, durante la Revolución Cultural china, la imposición de la ley marcial impidió que las facciones rivales se apoderaran de las instalaciones nucleares de Xinjiang y Qinghai. En 1961, al tiempo que un grupo de ex generales franceses se rebelaban en la Argelia francesa, se llevó a cabo sin ningún problema un ensayo nuclear en el Sahara. Sobre todo, durante la caída de la Unión Soviética, su enorme arsenal nuclear quedó intacto.
No obstante, las inquietudes de que el gobierno sirio podría intensificar el uso de armas químicas contra las zonas controladas por los rebeldes o que estos podrían iniciar ataques o responder a ellos con armas químicas ponen en duda la durabilidad de ese patrón y la reacción de la comunidad internacional.
Los Estados Unidos, que se han convertido en el líder mundial en lo que se refiere a contener los riesgos de armas químicas, parecen estar desconcertados. A principios del año pasado, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos dio a conocer que se necesitarían 75,000 hombres para tomar las instalaciones químicas de Siria. Después de las guerras en Afganistán e Irak, no debe sorprender que este cálculo no haya generado precisamente una gran ola de apoyo popular a una intervención militar en Siria.
Las declaraciones recientes de algunos funcionarios estadounidenses no son alentadoras. En enero, el Secretario de Defensa, Leon Panetta, dijo que los Estados Unidos no estaban estudiando opciones que requirieran utilizar tropas para resguardar el arsenal de Assad durante el conflicto. En la misma conferencia de prensa, Martin E. Dempsey, Jefe del Estado Mayor Conjunto, admitió que impedir el uso de armas químicas por el gobierno sirio requeriría informaciones de inteligencia tan claras y exhaustivas que serían “casi imposibles” de obtener. El 17 de abril, al comparecer ante el Comité de Fuerzas Armadas del Senado, Dempsey añadió que no creía que las fuerzas estadounidenses pudieran resguardar el arsenal debido al número de instalaciones.
Tales comentarios formulados por altos mandos militares indican que las advertencias de Obama podrían ser poco creíbles. Peor aún, crean incertidumbre sobre la capacidad de los Estados Unidos de actuar en casos de países con recursos nucleares que sufran revueltas, guerras civiles o colapsos políticos – y cuyas salvaguardas atómicas internas no sean suficientes para impedir que los desastres nucleares se propaguen a otras regiones.
Esos riesgos exigen análisis y planeación. No obstante, esperar que el gobierno de los Estados Unidos diseñe por sí solo la estrategia más efectiva con las ideas de un solo grupo aislado es pedir demasiado. Los análisis externos –incluidos los estudios publicados de los organismos de investigación del congreso, los grupos de reflexión y los académicos- podrían aportar ideas importantes.
Después de las recientes guerras mal ejecutadas por los Estados Unidos y ante la confusa planeación en lo que se refiere a las armas químicas de Siria, esos análisis externos son lo menos que pueden esperar los Estados Unidos y sus aliados a fin de impedir que se concrete nuestro mayor temor: el primer ataque nuclear o el incidente radiológico intencional más grave del siglo XXI.
Traducción de Kena Nequiz
Bennett Ramberg fue miembro de la Oficina de Asuntos Político-Militares durante la administración de George H.W. Bush. Es autor de varios libros sobre seguridad internacional.
For additional reading on this topic please see:
Probing for Chemical Attacks in Syria
Preventing Chemical Weapons Use in Syria
Syria’s Chemical Weapons: A Risk Assessment
For more information on issues and events that shape our world please visit the ISN’s featured editorial content and Security Watch.