LONDRES – Como en el último decenio los precios de los alimentos se han duplicado, la seguridad alimentaría vuelve a figurar en los programas internacionales. ¿Cómo puede el mundo producir más para alimentar a los próximos mil millones de personas? ¿Cómo se puede aumentar la producción agrícola? ¿Cuál es la forma mejor de desarrollar la acuicultura?
Lamentablemente, al centrarse la atención así en el aspecto de la oferta, se pasa por alto la mitad del problema. El mundo produce ya más del doble de las calorías que la población humana necesita. Se calcula que un tercio de la producción mundial de alimentos se desperdicia. En los países pobres, la pérdida de alimentos se debe al almacenamiento inadecuado y a las lagunas en la cadena de suministro (por ejemplo, falta de refrigeración); en los países ricos, también se desperdician alimentos en la cadena de suministro y los consumidores tiran mucha comida a la basura.
Además, en muchos casos lo que provoca el hambre y la deficiencia nutricional es la pobreza y no la falta de alimentos en el mercado. Millones de personas carecen, sencillamente, de medios para comprar los alimentos que necesitan, situación que seguiría existiendo, aunque se aumentara la oferta. Solucionar el problema de la demanda para que los pobres cuenten con alimentos nutritivos –en particular, las madres y los niños más vulnerables– es uno de los imperativos más apremiantes en materia de seguridad alimentaría.
Una gran diversidad de iniciativas puede contribuir a la solución. Por ejemplo, se puede mejorar la seguridad alimentaria en los microniveles mediante programas que entregan comidas gratuitas a grupos de población vulnerables. Los planes que brindan comidas gratuitas a escolares no sólo ayudan a alimentar a los jóvenes, sino que, además, crean un incentivo para que los padres mantengan a sus hijos en las aulas.
Esa clase de iniciativas resultan particularmente logradas cuando se complementan con programas que brindan acceso al agua potable, la energía, las cocinas seguras y demás. Las medidas para reducir la diarrea – a fin de que los niños retengan el valor nutricional de lo que comen– son otra parte de la solución.
Naturalmente, en países y regiones muy pobres, donde la población no pude permitirse el lujo de comprar comida en los mercados mundiales, no se debe desatender el aspecto de la oferta. Impulsar las cosechas de alimentos básicos (en lugar de los cultivos comerciales) aumentaría la autonomía y fortalecería la capacidad de resistencia cuando los precios internacionales de los alimentos fueran caros.
Al mismo tiempo, se debe buscar un equilibrio entre una mayor producción agrícola y los costos sociales y ecológicos correspondientes. Actualmente, en Sudamérica, el Asia sudoriental y el África central se está aumentando la producción principalmente talando bosques tropicales y eliminando pastizales y humedales, lo que contribuye al cambio climático, interrumpe el ciclo hidrológico y causa la degradación de los suelos, todo lo cual socava la capacidad de nuestro planeta para producir alimentos a largo plazo.
Si continúa la tendencia actual, la mayoría de las especies que aún existen en el mundo se habrá extinguido al final de este siglo y la producción de alimentos, por encima de todos los demás factores, es la que está provocando ese declive. Más del 80 por ciento de todas las aves y los mamíferos está amenazado a consecuencia de una utilización insostenible de la tierra resultante de la expansión agrícola.
La enseñanza que de ello se desprende es clara: debemos centrarnos en hacer más eficiente la producción, reducir el desperdicio y abordar el problema del consumo insostenible.
La reducción del desperdicio de alimentos podría ahorrar más de 250.000 millones de dólares a escala mundial, el equivalente de 65.000 millones de hectáreas de utilización agrícola de la tierra, de aquí a 2030. La creación en China de una cadena de suministro con la temperatura controlada y 30.000 toneladas de almacenamiento moderno costaría más de cien millones de dólares anuales durante los 20 próximos años. Muchos países en desarrollo carecen, sencillamente, de los fondos para semejante inversión inicial, pero, centrándose en lo fundamental y con recursos mucho más modestos, podrían mejorar espectacularmente la calidad de los silos de cereales, situados por lo general en zonas de población rural pobre y en los que más del 30 por ciento de los alimentos se estropea hasta el punto de resultar inadecuado para el consumo humano.
Ya hay algunas tendencias positivas que se deben capitalizar a escala planetaria. En los últimos años, los hogares del Reino Unido han reducido su desperdicio de alimentos en un 21 por ciento y la industria alimentaria ha recortado sus niveles de desperdicio en un ocho por ciento. El público está más dispuesto a renunciar a la perfección cosmética: el de las frutas y verduras “feas” es el sector que crece más rápidamente en el mercado de productos frescos del Reino Unido, pues el año pasado se salvaron 300.000 toneladas de ellos, que, de lo contrario, se habrían desperdiciado por no tener la forma o el tamaño correctos.
Existe mucha preocupación por la demanda en aumento de carne y productos lácteos en China y la India, pero el consumo de carne por habitante en los Estados Unidos y Europa sigue siendo más del triple que el de esos dos países.
Además de que se coma menos carne, es necesario que en la producción de ésta se utilicen los recursos más eficientemente. En el pasado, el alimento del ganado vacuno, las ovejas y las cabras eran la hierba y otras fuentes de energía no disponibles para los seres humanos, mientras que el de los cerdos y las gallinas eran los desperdicios, con lo que contribuían en conjunto a la disponibilidad total de alimentos. Ahora se utiliza un tercio de toda la tierra cultivable para cultivos destinados a alimentar el ganado y no para cultivos básicos a fin de obtener alimentos destinados a las personas. Los ricos compran estos últimos para alimentar a sus animales y los pobres no pueden superar esa puja a fin de comprarlos para alimentar a sus hijos.
Según los cálculos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, la utilización de más subproductos y desperdicios como alimento del ganado podría liberar alimentos en el mercado mundial para alimentar a otros 3.000 millones de personas. La campaña Pig Idea pide el fin de la legislación de la Unión Europea y de algunos de los estados de los EE.UU. que prohíbe la utilización de desperdicios de alimentos para alimentar cerdos y gallinas, por el riesgo de enfermedades animales. Mediante sistemas de tratamiento adecuados se pueden abordar esos riesgos (como ocurre en el Japón y en Corea del Sur). Los beneficios sociales, económicos y medioambientales serían enormes.
La Tierra es capaz de alimentar a todo el mundo. No abordar los problemas que afectan la oferta y la demanda es una prueba de mala administración grotesca y un crimen contra los pobres del mundo, las demás especies del planeta y las generaciones futuras.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
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Jeremy Oppenheim es director mundial de la Iniciativa Especial sobre el Cambio Climático de MacKinsey & Company. Tristram Suart, escritor británico y participante en campañas contra el desperdicio de alimentos, obtuvo el premio Sophie en 2011.
For additional material on this topic please see:
The Water, Energy & Food Security Nexus
Food Security in Bangladesh: A Comprehensive Analysis
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