El imperativo del libre comercio transatlántico

La confirmación de la designación de Michael Froman como representante comercial de los Estados Unidos es buena ocasión para destacar las grandes oportunidades que se derivarían de la firma de un acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos y que beneficiarían a ambas partes y al mundo entero.

La economía global se encuentra en este momento dividida en tres niveles (crecimiento al 6% en los mercados emergentes, 2% en Estados Unidos y cero en Europa) y muestra signos preocupantes de parálisis y unilateralismo nacionalista. No pocos prevén el inicio de guerras de divisas.

En semejante entorno global, económicamente incierto y lleno de tentaciones proteccionistas, el logro de un acuerdo de libre comercio entre los dos bloques comerciales más grandes del mundo (que juntos representan alrededor del 40% del PIB global) es más importante que nunca. A lo largo de la historia, el libre comercio y el crecimiento económico han ido de la mano (lo mismo que el proteccionismo y el estancamiento). Una mayor integración comercial entre Estados Unidos y las economías de la UE fortalecería el crecimiento a ambos lados del Atlántico.

Las previsiones hablan de que este año la economía estadounidense crecerá un 2%, a pesar de una reducción del gasto público equivalente al 1,8% del PIB, lo que implica un crecimiento del 3,8% en el sector privado. Tanto la Reserva Federal estadounidense como el Banco Central Europeo han intervenido activamente para impulsar la recuperación económica, pero los resultados no podrían ser más diferentes.

Mientras Estados Unidos pudo controlar la crisis bancaria velozmente y en forma sostenible, Europa todavía anda de rescate en rescate. Además, es obvio que el programa estadounidense de estímulo funcionó (a pesar de las críticas que recibió desde la izquierda por insuficiente y desde la derecha por excesivo). También puede ser que haya ayudado cierta diferencia básica de mentalidad: a la hora de evaluar oportunidades, muchos europeos tienden a sobrevalorar los riesgos.

Sea como sea, Estados Unidos es el primer país de la economía global afectado por la recesión donde los programas de estímulo fiscal se tradujeron en niveles de inversión privada y crecimiento que hacen posible la consolidación fiscal. Ahora, cuanto mayor sea el crecimiento conjunto de Estados Unidos y la Unión Europea, tanto más se beneficiará esta última a partir de la recuperación estadounidense.

La demanda de bienes de fabricación europea aumentará, y los estados miembros de la UE pueden (y deben) alinear sus economías con el crecimiento estadounidense. La historia nos enseña que esperar que Europa sea capaz de recuperarse sola puede resultar engañoso, ya que el ciclo económico europeo casi siempre sigue al ciclo estadounidense y lo refuerza. Por ejemplo, muchos consideran hoy que la posibilidad de una recesión prolongada en Europa es (junto con los recortes presupuestarios) el principal riesgo al que se enfrenta la recuperación sostenida de Estados Unidos.

En la actualidad, el costo laboral en el sector industrial estadounidense es un 25% inferior a la media europea. Pero más importante es la diferencia en el costo de la energía, que es un 50% inferior en Estados Unidos (divergencia que seguramente se ampliará conforme avance la revolución del shale estadounidense).

Esto ha llevado a diversas industrias europeas altamente dependientes de la energía (por ejemplo, fabricantes de vidrio, acero, compuestos químicos y productos farmacéuticos) a hacer grandes inversiones en Estados Unidos. Se trata de industrias que normalmente producen insumos de alta calidad destinados a un posterior procesamiento en Europa; se da el caso de la fábrica austríaca de acero Voestalpine AG, que comenzará a producir pellets de acero en el sur de Estados Unidos que luego serán usados para la creación de aleaciones de alta calidad en Austria.

La combinación del reducido costo de producción estadounidense con la avanzada capacidad europea para la terminación de productos es una receta para fabricar productos de primera calidad a precios competitivos. De este modo, la inversión europea contribuye a la reindustrialización de Estados Unidos al tiempo que asegura la creación de empleos de alta calidad en Europa.

Pero Europa debe esforzarse más en revitalizar su propio sector fabril. El último intento de crear una zona de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos (que tuvo lugar durante la presidencia de Bill Clinton) fracasó por la política agrícola (rígida y anticuada) de la Unión Europea. Se necesita un nuevo intento que ayude a Europa a sustituir su política agrícola con una política de investigación y desarrollo que apunte a mejorar la competitividad industrial.

En las cumbres multilaterales se habla mucho acerca de coordinación de políticas, pero lo cierto es que la economía mundial tiene desequilibrios que están provocando un aumento de tensiones. Ahora que muchos buscan la salvación en el nacionalismo, una zona de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos sería un símbolo elocuente de las ventajas de la cooperación para la superación de los desafíos globales.

Hay además otro factor geopolítico que contribuye a cambiar las reglas del juego: la creciente importancia económica de Asia. El impresionante rearme de China demuestra que el poder económico no acompañado de poder militar es un fenómeno transitorio. El centro de atención de la política mundial se está trasladando del Atlántico al Pacífico.

Europa debería saber cuál es su lugar de pertenencia. Un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos fortalecería los lazos políticos transatlánticos y sería la prueba concluyente de que las frecuentes quejas acerca de que Estados Unidos ha perdido el interés en Europa son infundadas.

En su segundo discurso inaugural, el presidente Barack Obama destacó la creación de una zona de libre comercio con la Unión Europea como uno de los proyectos centrales de su segundo mandato, concepto que repitió el secretario de Estado, John Kerry, durante su última visita a Alemania. Ahora corresponde a los países de la Unión Europea con perfil exportador (como Alemania, los Países Bajos, Suecia y Austria) presionar para que se dé una respuesta a la oferta estadounidense de negociaciones.

Europa lleva demasiado tiempo mirándose el ombligo. Sus problemas económicos han puesto en entredicho la capacidad del capitalismo democrático europeo para sobrevivir al desafío económico planteado por regímenes autoritarios y semiautoritarios.

Antes que dejarse estar en medio de dudas y lamentos, yo soy el primero en preferir la toma de decisiones políticas. Con la firma de un pacto comercial transatlántico, las economías de ambos lados del océano se pondrían en correspondencia con los intereses fundamentales de Occidente.

Traducción: Esteban Flamini

Alfred Gusenbauer fue canciller federal (primer ministro) de Austria entre 2007 y 2008.

© Project Syndicate 1995–2013

This article was originally published by Project Syndicate. It is republished here with their generous permission.


For additional reading on this topic please see:
New Free Trade Agreements: A Cure for the Crisis?
The EU–US Free Trade Agreement
The Transatlantic Free Trade Agreement: Think of the Consequences!


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L’impératif du libre-échange transatlantique

La confirmation de Michael Froman en tant que représentant américain au commerce est un moment approprié pour mettre en évidence les nombreuses possibilités qu’un accord de libre-échange entre l’Union européenne et les États-Unis pourrait offrir à l’Europe, l’Amérique et le monde entier.

L’économie mondiale actuelle à trois niveaux – un taux de croissance de 6% dans les marchés émergents, de 2% aux États-Unis et nul en Europe – montre des signes inquiétants de paralysie et d’unilatéralisme nationaliste. Beaucoup voient des guerres monétaires se profiler à l’horizon.

Dans un environnement mondial aussi économiquement précaire, remplis de pièges protectionnistes, un pacte de libre-échange entre les deux plus grands blocs commerciaux du monde, représentant environ 40% du PIB mondial, n’a jamais été plus important qu’aujourd’hui. Historiquement, libre-échange et croissance économique ont évolués de concert, de même que le protectionnisme et la stagnation ; une intégration commerciale plus profonde entre les économies américaine et européenne permettrait de renforcer la croissance des deux côtés de l’Atlantique.

La croissance de 2% qui est prévue cette année aux Etats-Unis, malgré une diminution des dépenses publiques à hauteur de 1,8% du PIB, implique une croissance réelle du secteur privé de 3,8%. Bien que la Réserve fédérale et la Banque centrale européenne soient toutes deux intervenues activement pour stimuler la reprise économique, les résultats ne pouvaient pas être plus différents.

Aux États-Unis, la crise bancaire a été solutionnée rapidement et de manière durable, alors que l’Europe continue à aller d’un plan de sauvetage à l’autre. En outre, le programme de relance de l’Amérique a évidemment fonctionné (malgré les critiques de la gauche, qui estime que trop peu a été fait, et les attaques de la droite, pour qui le plan de relance est trop important). Un autre facteur pourrait être une différence fondamentale de mentalité : beaucoup d’Européens ont tendance à surestimer le risque lorsqu’ils évaluent une opportunité.

En tous cas, l’Amérique est le premier pays dans la partie frappée par la récession de l’économie mondiale où le stimulus public a conduit à suffisamment d’investissements et de croissance privés pour qu’une consolidation budgétaire devienne possible. Plus les Etats-Unis et l’UE se développent ensemble, plus l’UE bénéficiera de la reprise américaine.

La demande pour les biens européens augmentera, et les Etats membres de l’UE peuvent – et devraient – aligner leurs économies sur la croissance américaine. L’histoire suggère que l’espoir d’une reprise autonome en Europe pourrait s’avérer trompeur ; presque toujours, le cycle économique européen a suivi et renforcé celui des États-Unis. Aujourd’hui, par exemple, une récession prolongée en Europe est généralement considérée, avec les compressions budgétaires, comme posant le plus grand risque envers une reprise américaine durable.

Les coûts du travail dans le secteur industriel américain sont actuellement de 25% inférieurs à la moyenne européenne. Néanmoins, ce sont les différences dans les coûts de l’énergie qui sont les plus importantes, étant maintenant jusqu’à 50% inférieur aux Etats-Unis – un écart qui risque de se creuser davantage avec la poursuite de la révolution du gaz de schiste aux Etats-Unis.

Cela a conduit les industries européennes à forte intensité énergétique – y compris les producteurs de verre, d’acier, de produits chimiques et de produits pharmaceutiques – à investir massivement aux États-Unis. Souvent, elles fabriquent des composants de haute qualité, qui sont ensuite transformés en Europe. Le producteur d’acier autrichien Voestalpine AG, par exemple, va commencer à produire des billes d’acier dans le sud des Etats-Unis, qui seront ensuite transformées en des alliages de haute qualité en Autriche.

La combinaison des faibles coûts de production aux États-Unis et des capacités de finition de classe mondiale en Europe est une recette pour obtenir des produits de première qualité à prix compétitifs. De cette façon, les investissements européens contribuent à la ré-industrialisation des Etats-Unis, tout en assurant simultanément des emplois européens de haute qualité.

Mais l’Europe doit faire davantage pour relancer son secteur manufacturier. La dernière tentative de créer une zone de libre-échange UE-États-Unis, sous la présidence de Bill Clinton, a échoué en raison de la politique agricole rigide et archaïque de l’UE. Un nouvel effort aiderait l’Europe à remplacer sa politique agricole avec une politique de recherche-développement visant à renforcer la compétitivité industrielle.

Malgré toutes les belles paroles échangées lors de sommets multilatéraux de coordination des politiques, des déséquilibres au sein de l’économie mondiale alimentent une montée des tensions. À une époque où nombreux sont ceux qui cherchent le salut dans le nationalisme, une zone de libre-échange UE-États-Unis serait un puissant symbole en faveur de davantage de coopération pour surmonter les défis mondiaux.

Le poids économique croissant de l’Asie change aussi la donne géopolitique. L’accumulation d’armes massives par la Chine montre que la puissance économique sans puissance militaire n’est qu’un phénomène temporaire. Ainsi, le centre de la politique mondiale est en train de se déplacer de l’Atlantique vers le Pacifique.

L’Europe devrait décider de son positionnement. Une zone de libre-échange UE-États-Unis renforcerait les liens politiques transatlantiques et réfuterait efficacement le reproche fréquent selon lequel l’Amérique a perdu tout intérêt pour l’Europe.

Lors de son second discours d’investiture, le président Barack Obama a fait de la création d’une zone de libre-échange euro-américaine un projet de base de son second mandat. Le secrétaire d’Etat John Kerry a répété ce message au cours de sa visite en Allemagne ce printemps. Maintenant, c’est au tour de pays européens exportateurs comme l’Allemagne, les Pays-Bas, la Suède et l’Autriche de réclamer une suite à l’offre de négociations américaine.

L’Europe a fait état de nombrilisme pendant assez longtemps. Son malaise a soulevé des questions quant à savoir si son capitalisme démocratique survivra au défi économique posé par les régimes autoritaires et quasi-autoritaires.

Pour ma part, je préfère prendre des décisions politiques que me complaire dans le doute et l’apitoiement sur soi. Un pacte commercial transatlantique permettrait d’aligner les deux économies et les intérêts fondamentaux de l’Occident.

Traduit de l’anglais par Timothée Demont

Alfred Gusenbauer a été Chancelier de l’Autriche en 2007-2008.

This article was originally published by Project Syndicate. It is republished here with their generous permission.


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The EU–US Free Trade Agreement
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The Transatlantic Free-Trade Imperative

2012 G20 meeting in Los Cabos, Mexico.

The confirmation of Michael Froman as the US Trade Representative is a fitting moment to highlight the many opportunities that a free-trade agreement between the European Union and the United States would offer Europe, America, and the world.

Today’s three-tier global economy – 6% growth in emerging markets, 2% growth in the US, and no growth in Europe – shows ominous signs of paralysis and nationalistic unilateralism. Many see currency wars looming.

In such an economically insecure global environment, riddled with protectionist booby traps, a free-trade pact between the world’s two largest trading blocs, accounting for roughly 40% of global GDP, has never been more important. Historically, free trade and economic growth have gone together, as have protectionism and stagnation, and deeper trade integration of the US and EU economies would strengthen growth on both sides of the Atlantic.