Categories
Uncategorized

De San Francisco al mar de China Meridional

Chinese Navy ship arrives in Pearl Harbor, September 2006, courtesy of US Navy/Wikimedia Commons

OSAKA – Disputas territoriales y marítimas entre China, Taiwán y varios países del sudeste asiático agitan la región del mar de China Meridional, y no hay solución a la vista. La situación es difícil, pero puede mantenerse en el tiempo, siempre que los actores involucrados adopten medidas serias para fortalecer la confianza a través de foros multilaterales y, al mismo tiempo, mantengan un poder de disuasión eficaz de cara a China y se comprometan a evitar el uso ofensivo de la fuerza.

Naturalmente, China está muy interesada en evitar la interferencia de grandes potencias extrarregionales (particularmente Estados Unidos) y prefiere negociar en forma bilateral con contendientes regionales más débiles, a los que puede dominar más fácilmente. Pero las potencias extrarregionales justifican su participación citando la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (en concreto, lo referido a la libertad de navegación y el derecho a paso inocente).

Las disputas en el mar de China Meridional surgen de la existencia de reclamos superpuestos sobre “zonas económicas exclusivas” (no sobre el océano abierto), de modo que la convención de las Naciones Unidas no es del todo pertinente. Pero hay otro tratado internacional que sí ofrece pistas para la solución de estas disputas: el Tratado de Paz de San Francisco, vigente desde 1952, que marcó el fin oficial de la Segunda Guerra Mundial en la región de Asia y el Pacífico.

Por este tratado, Japón renunció a la soberanía sobre las islas Spratly y Paracel, pero no las entregó a ningún país en particular. De modo que estas islas siguen legalmente bajo custodia de los otros 48 firmantes del tratado (entre ellos, dos países que las reclaman para sí: Filipinas y Vietnam).

China (que entonces se encontraba en el tercer año de gobierno de Mao Zedong) ni siquiera fue invitada a participar de la conferencia de paz. A pesar de que los maoístas habían resultado claros vencedores de la guerra civil y se habían asegurado el control de China continental, los organizadores de la conferencia no se pusieron de acuerdo respecto de cuál de los dos gobiernos era representante legítimo de China: el de la República Popular China de Mao, en Beijing, o el de la República de China de Chiang Kai-shek, en Taipei. Por eso, la República Popular considera que ese tratado no tiene fuerza legal sobre ella.

Pero el tratado es indirectamente aplicable a la República Popular a través del acuerdo de paz bilateral entre la República de China y Japón. Este acuerdo también se firmó en 1952, horas antes de que entrara en vigor el Tratado de San Francisco, que ratificó los términos del acuerdo de paz, especialmente, la renuncia de Japón a Taiwán. De hecho, el Tratado de San Francisco estipulaba que el acuerdo de paz entre la República de China y Japón no podía contener nada que le fuera contrario, de modo que Japón estaba impedido de asignar derechos adicionales a otros países que no fueran parte firmante del Tratado de San Francisco. Por eso Japón no puede reconocerle a la República Popular China soberanía territorial sobre Taiwán.

El Tratado de San Francisco, en sí mismo, no es legalmente vinculante para la República Popular. Pero es evidente que para Japón, la República Popular es la sucesora de la República de China radicada en Taiwán, como quedó demostrado en 1972 mediante el Comunicado Conjunto entre los gobiernos de Japón y la República Popular China, en el que se basó la firma del Tratado de Paz y Amistad entre ambas naciones, seis años después. Cuando Japón trasladó el reconocimiento diplomático de la República de China a la República Popular, reconoció a esta última como “único gobierno de China conforme a derecho”. Pero Japón no reconoció a China como un estado nuevo (ya que el país contaba con reconocimiento internacional ininterrumpido desde la formación del gobierno de la República de China en 1912), de modo que, en la práctica, la República Popular tomó para sí los derechos y obligaciones del gobierno anterior.

Al mismo tiempo, Japón no reconoció a Taiwán como parte de China, con el argumento de que el Tratado de San Francisco se lo impedía. Si bien Japón “comprendía” y “respetaba” plenamente la declaración de la República Popular en el sentido de que Taiwán es parte “inalienable” de su territorio, no reconoció dicho reclamo de conformidad con el derecho internacional. Los dos países simplemente admitieron que estaban en desacuerdo respecto de la situación legal de Taiwán. O sea que Japón renunció a Taiwán pero no entregó la soberanía sobre la isla a ningún otro país.

Hasta el día de hoy, China no ha dicho una sola palabra sobre las implicaciones del Tratado de San Francisco respecto de sus pretensiones en el mar de China Meridional. Esto puede ser reflejo de una simple falta de experiencia legal internacional en este campo o del estado segmentado y compartimentalizado de los grupos de formulación de políticas en China. Pero también puede surgir del temor a que aplicar a las disputas territoriales actuales el razonamiento jurídico de aquel tratado (que choca contra la posición de China respecto de Taiwán) reste credibilidad a China y debilite su postura.

Si se le da vía libre, China puede usar las disputas del mar de China Meridional para obtener hegemonía efectiva sobre otros pretendientes más débiles. Todas las partes en disputa (China incluida) pueden justificar sus reclamos citando conexiones geográficas e históricas con las islas, pero ninguna tiene un derecho legal establecido de acuerdo con el Tratado de San Francisco.

Estados Unidos y otras potencias extrarregionales deberían aprovechar esto, invocar la custodia colectiva latente que, de acuerdo con el Tratado de San Francisco, les corresponde sobre las islas Spratly y Paracel y así internacionalizar lo que actualmente son procesos diplomáticos bilaterales separados entre China y otros pretendientes regionales. Se podría incluso celebrar una conferencia internacional sobre el tema, con la presencia de los firmantes de aquel tratado. Puesto que China no participaría, la sola convocatoria a la reunión bastaría para cambiar por completo la situación.

Traducción: Esteban Flamini

Copyright Project Syndicate


Masahiro Matsumura es profesor de política internacional en la Universidad de San Andrés (Momoyama Gakuin Daigaku) de Osaka.


For additional reading on this topic please see:

China’s Toughness on the South China Sea – Year II

Maritime Confidence Building Measures in the South China Sea Conference

The Limits of ‘Assertive’ Behavior: US-China Relations and the South China Sea


For more information on issues and events that shape our world please visit the ISN’s Weekly Dossiers and Security Watch.

 

Categories
Uncategorized

La guerre du Kippour aujourd’hui

Stars and Symbols
Stars and Symbols. Illustration by Nerosunero, courtesy of nerosunero/Flickr

MADRID – En Israël, l’approche du 40e anniversaire de la guerre du Kippour a surtout été marquée par le débat récurrent sur l’incapacité des services de renseignement israéliens a détecter et à contrecarrer l’attaque surprise de l’Égypte. Mais l’impair d’Israël en octobre 1973 était plus d’ordre politique que militaire, plus stratégique que tactique – et donc particulièrement d’actualité aujourd’hui quand une politique de paix solide devrait au centre de sa doctrine de sécurité.

La guerre du Kippour était à bien des égards une punition pour l’arrogance affichée par Israël après 1967 – la ruine découle toujours de la folie des grandeurs. L’Égypte avait subi une défaite tellement retentissante lors de la Guerre des Six Jours que les dirigeants israéliens oublièrent de rechercher activement la paix. Ils encouragèrent un excès de confiance au sein de l’opinion publique, une arrogance issue des victoires militaires et qui finit par imprégner les forces armées, ouvrant ainsi la voie au succès de l’exercice de déception tactique de l’Égypte.

« Nous attendons un coup de fil des Arabes. De notre côté, nous ne bougerons pas », dit alors Moshe Dayan, le ministre de la Défense. « Nous sommes satisfaits de la situation actuelle. Si les Arabes ne le sont pas, ils savent où nous trouver ». Mais lorsque le président égyptien Anouar Sadate finit par appeler en février 1971, et de nouveau début 1973, pour proposer des initiatives de paix audacieuses, la ligne téléphonique israélienne était soit occupée, soit personne ne se donna la peine de répondre.

La guerre des Six Jours entraîna une décadence morale et politique d’Israël, transformant le sentiment national de façon à rendre impossible la recherche de la paix. Enivrés par la victoire, et de plus en plus incapables de faire la différence entre une mythologie messianique et les conditions objectives, Israël et ses dirigeants perdirent tout sens des réalités. Tout le monde se félicita des gains territoriaux de la guerre, qui s’étendaient du Jourdain à l’est au canal de Suez à l’Ouest, et du Mont Hermon au Nord à Sharm el-Sheikh au Sud.

L’orgie de triomphalisme politique et militaire d’Israël après 1967 empêcha ses dirigeants de voir les occasions de paix créées par les exploits militaires de Tsahal. Ils laissèrent passer la chance de transformer un succès tactique en une victoire stratégique de premier plan pour le sionisme, sous la forme d’un accord politique avec une grande partie du monde arabe.

La défaite des armées arabes en 1967 fut le prélude à une transformation fondamentale de la structure du conflit israélo-arabe que les dirigeants israéliens ont mal interprété ou négligé. La politique arabe « d’effacer les traces de l’agression » ne portait plus sur les conquêtes israéliennes de 1948, mais sur les territoires occupés après la guerre des Six Jours. Mais au lieu de saisir l’occasion que présentait ce déplacement des préoccupations pour légitimer la naissance de l’État hébreu aux yeux des pays voisins, Israël a préféré raviver la question latente des objectifs territoriaux du sionisme.

Il est difficile d’imaginer un plus grand fossé que celui qui séparait Sadate, l’homme d’État créatif et clairvoyant, et le gouvernement figé du Premier ministre Golda Meir. Elle n’a accepté ni le déploiement de troupes égyptiennes sur la rive orientale du canal de Suez, ni la disposition de l’accord intérimaire prévoyant l’application de la résolution 242 du Conseil de sécurité des Nations unies

Les ouvertures de paix de Sadate ne furent pas ignorées parce qu’elles manquaient de mérite, mais parce que l’Égypte était perçue comme n’ayant pas les moyens militaires pour les appuyer. Le secrétaire d’État américain Henry Kissinger dit implicitement aux Égyptiens qu’ils ne seraient pris au sérieux qu’en commençant une guerre. En février 1973, le conseiller de Sadate à la sécurité nationale, Hafiz Ismail, a transmis à Kissinger une proposition d’accord de paix détaillée avec Israël – une ultime tentative d’éviter une confrontation militaire. « Je ne peux intervenir à moins que votre problème devienne une crise » répondit Kissinger.

Les Israéliens, de leur côté, pensaient que les Arabes n’entreraient en guerre que s’ils avaient une chance de la gagner. C’est pour cette raison que Golda Meir ignora l’avertissement explicite du « meilleur ennemi d’Israël », le roi Hussein de Jordanie qui, dix jours avant la guerre de 1973, les mit au courant d’une offensive égypto-syrienne imminente.

Mais Sadate n’a jamais escompté vaincre Israël et sa stratégie n’avait pas pour objectif une victoire militaire. Il envisageait une guerre politique, une tactique clausewitzienne classique qui complétait sa stratégie de paix. Son intention était de lancer un processus politique en obligeant l’État hébreu à perdre de sa suffisance et en forçant les grandes puissances à relancer la recherche d’une solution au conflit.

C’est une bien triste leçon du Moyen-Orient que chaque avancée décisive de la paix ne s’est faite qu’au prix d’une guerre. La guerre de 1948 a conduit aux Accords d’armistice israélo-arabes de 1949 ; la guerre du Kippour a précédé les négociations de paix entre l’Égypte et Israël ; et il a fallu la guerre du Golfe de 1990-1991 et la Première Intifada de 1987 à 1992 pour qu’aboutissent les Accords d’Oslo.

Aujourd’hui, le front palestinien semble calme. Mais le gouvernement du Premier ministre Benyamin Netanyahou doit éviter de reproduire la suffisance du gouvernement Meir en 1973. Le renseignement militaire ne remplace pas l’art de gouverner et une politique de paix crédible reste le meilleur moyen d’éviter le dérapage vers un conflit.

Traduit de l’anglais par Julia Gallin

Copyright Project Syndicate


Shlomo Ben-Ami, ancien ministre des Affaires étrangères d’Israël, est vice-président du Toledo International Centre for Peace. Il est l’auteur de Scars of War, Wounds of Peace : The Israeli-Arab Tragedy. (Cicatrises de guerre, blessures de paix : la tragédie israélo-arabe).


For additional material on this topic please see:

Sinai: Implications of the Security Challenges for Egypt and Israel

Troubled Times for the Sinai Peninsula

War in History and in Fiction, with Michael B. Oren


For more information on issues and events that shape our world please visit the ISN’s Weekly Dossiers and Security Watch.

 

Categories
Uncategorized

حرب عيد الغفران اليوم

Stars and Symbols. Illustration by Nerosunero, courtesy of nerosunero/Flickr

مدريد ــ في إسرائيل عموما، يتسم اقتراب الذكرى الأربعين لحرب يوم كيبور (حرب عيد الغفران، أو حرب أكتوبر)، التي تحل في السادس من أكتوبر/تشرين الأول، باحتدام المناقشة المتكررة حول فشل أجهزة الاستخبارات الإسرائيلية في اكتشاف وإحباط الهجوم المصري المفاجئ. بيد أن الخطأ الذي ارتكبته إسرائيل في أكتوبر 1973 سياسي أكثر من كونه عسكريا، واستراتيجي أكثر من كونه تكتيكيا ــ وبالتالي فإن هذا الخطأ يتصل بشكل خاص بما يجري اليوم، في وقت حيث ينبغي لإسرائيل أن تتبنى سياسة سلام قوية كركيزة أساسية لعقيدتها الأمنية.

كانت حرب يوم الغفران، في نواح كثيرة، عقاباً لإسرائيل على غطرستها في مرحلة ما بعد 1967 ــ والغطرسة توَلِّد الأعداء دوما. الواقع أن هزيمة مصر في حرب الأيام الستة في يونيو/حزيران 1967 كانت ساحقة ومدوية، حتى أن قادة إسرائيل استبعدوا تماماً الحاجة إلى العمل الاستباقي في السعي إلى السلام. وكانوا حريصين على تشجيع مزاج وطني مستغرق في الاسترخاء والرضا عن الذات استراتيجيا، فتسلل هذا المزاج إلى المؤسسة العسكرية بقدر ما تأثر بها، الأمر الذي مهد الطريق لنجاح ممارسات مصر في فن الخداع التكتيكي.

قال موشيه ديان، وزير الدفاع الإسرائيلي آنذاك: “نحن في انتظار مكالمة هاتفية من العرب. غير أننا لن نخطو من تلقاء أنفسنا أي خطوة. فنحن سعداء تماماً بالوضع الحالي. وإذا كان هناك ما يزعج العرب فإنهم يعرفون أين يجدوننا”. ولكن عندما أجرى الرئيس أنور السادات المكالمة أخيراً في فبراير/شباط 1971 ومرة أخرى في أوائل عام 1973، عارضاً مبادرات سلام جريئة، فإن خط إسرائيل كان إما مشغولاً أو لم يكلف أحد على الجانب الإسرائيلي نفسه عناء التقاط سماعة الهاتف.

لقد جلبت حرب الأيام الستة على إسرائيل الانحطاط الأخلاقي والسياسي، وحولت المزاج الوطني على النحو الذي جعل السلام مسعى مستحيلا. كان زعماء إسرائيل مخمورين بالنصر، وعاجزين بشكل متزايد عن تمييز الفارق بين الأساطير اليهودية المسيحية والظروف الموضوعية، حتى أنهم فقدوا أي اتصال بالواقع. ووقع الجميع في حب المكسب الفجائي من الأرض التي امتدت من نهر الأردن في الشرق إلى قناة السويس في الغرب، ومن جبل حرمون (جبل الشيخ) في الشمال إلى شرم الشيخ في الجنوب.

لقد أعمت عربدة التفوق السياسي والعسكري بعد عام 1967 زعماء إسرائيل عن فرص السلام التي خلقتها المنجزات العسكرية الخاطفة. فأهدروا الفرصة لتحويل النجاح التكتيكي إلى انتصار استراتيجي جوهري للصهيونية في هيئة تسوية سياسية مع قسم كبير من العالم العربي.

كانت هزيمة الجيوش العربية في عام 1967 توطئة لتحول جوهري في بنية الصراع العربي الإسرائيلي، ولكن زعماء إسرائيل إما أساءوا قراءة الأمر برمته أو تجاهلوه. فالآن لم تعد السياسة العربية المتمثلة في شعار “إزالة آثار العدوان” تنطبق على فتوحات إسرائيل في عام 1948، بل على الأراضي التي احتلتها بعد حرب الأيام الستة. ولكن بدلاً من اغتنام الفرصة التي أتاحها هذا التحول لإضفاء الشرعية على ميلادها في أعين جيرانها العرب، فَضَّلَت إسرائيل إعادة فتح المناقشة الهامدة حول الأهداف الإقليمية للصهيونية.

من الصعب أن نتخيل فجوة أعظم من تلك التي كانت قائمة بين السادات، رجل الدولة المبدع البعيد النظر، وحكومة رئيسة الوزراء جولدا مائير الجامدة. فما كانت مائير لتوافق على انتشار القوات المصرية على الضفة الشرقية لقناة السويس، وما كانت لتقبل وضع نَص يقضي بأن يقود الاتفاق المؤقت إلى تنفيذ قرار مجلس الأمن التابع للأمم المتحدة رقم 242.

لم يكن إحباط مبادرات السلام التي طرحها السادات راجعاً إلى افتقارها إلى الجدارة، بل لأن مصر اعتُبِرَت فاقدة لأي خيار عسكري يدعم هذه المبادرات. حتى أن وزير الخارجية الأميركي هنري كيسنجر نصح المصريين صراحة بأن أحداً لن يأخذهم على محمل الجد إلا إذا شنوا حربا. وفي فبراير/شباط 1973، نقل حافظ إسماعيل مستشار السادات لشؤون الأمن القومي إلى كيسنجر اقتراحاً لعقد اتفاق سلام شامل مع إسرائيل ــ وكانت تلك هي المحاولة الأخيرة لتفادي الصراع العسكري. وكان رد كيسنجر: “لا أستطيع أن أتعامل مع مشكلتكم ما لم تتحول إلى أزمة”.

وافترض الإسرائيليون من جانبهم أن العرب لن يفكروا في شن حرب إلا إذا كان لديهم الفرصة للفوز. وهذا هو السبب الذي جعل مائير تتجاهل تحذيراً صريحاً من قِبَل “أفضل أعداء إسرائيل”، حسين ملك الأردن، قبل عشرة أيام فقط من اندلاع حرب 1973، بأن المصريين والسوريين يجهزون لهجوم وشيك.

ولكن السادات لم يتوقع قط إلحاق هزيمة صريحة بإسرائيل، ولم تهدف استراتيجيته إلى تحقيق نصر عسكري. كان السادات يريدها حرباً سياسية، وهو التكتيك الكلاسيكي المتمم لاستراتيجية السلام التي انتهجها. كان يريد إطلاق عملية سياسية من خلال زعزعة ثقة إسرائيل بنفسها وشعورها بالرضا عن الذات وإرغام القوى العظمى على إحياء محاولات البحث عن تسوية.

إنه لدرس حزين من الشرق الأوسط أن أي انفراجة سلام كبرى لم تأت إلا كنتيجة للحرب. فقد أدت حرب 1948 إلى اتفاقات الهدنة في عام 1949؛ وكان لزاماً أن تسبق حرب يوم كيبور السلام الإسرائيلي مع مصر؛ وأن تسبق اتفاقات أوسلو حرب الخليج في 1990-1991 ثم انتفاضتين فلسطينيتين في عامي 1987 و1992.

اليوم، تبدو الجبهة الفلسطينية هادئة. ولكن يتعين على حكومة رئيس الوزراء بنيامين نتنياهو أن تتجنب تراخي حكومة مائير وشعورها بالرضا عن الذات في عام 1973. والاستخبارات العسكرية ليست بديلاً للحنكة السياسية وفن إدارة الدولة، وتظل سياسة السلام الجديرة بالثقة هي الوسيلة الأفضل لوقف الانزلاق إلى هاوية الحرب.

ترجمة: إبراهيم محمد علي Translated by: Ibrahim M. Ali

Copyright Project Syndicate


شلومو بن عامي وزير خارجة إسرائيل الأسبق، ويشغل الآن منصب نائب رئيس مركز توليدو للسلام. وهو مؤلف كتاب “ندوب الحرب وجراح السلام: المأساة الإسرائيلية العربية”.


For additional material on this topic please see:

Sinai: Implications of the Security Challenges for Egypt and Israel

Troubled Times for the Sinai Peninsula

War in History and in Fiction, with Michael B. Oren


For more information on issues and events that shape our world please visit the ISN’s Weekly Dossiers and Security Watch.

 

The Yom Kippur War Today

Stars and Symbols. Illustration by Nerosunero, courtesy of nerosunero/Flickr

MADRID – The approach of the 40th anniversary of the Yom Kippur War has been marked in Israel largely by the recurrent debate about the failures of Israeli intelligence in detecting and thwarting Egypt’s surprise attack. But Israel’s blunder in October 1973 was more political than military, more strategic than tactical – and thus particularly relevant today, when a robust Israeli peace policy should be a central pillar of its security doctrine.

The Yom Kippur War was, in many ways, Israel’s punishment for its post-1967 arrogance – hubris always begets nemesis. Egypt had been so resoundingly defeated in the Six-Day War of June 1967 that Israel’s leaders dismissed the need to be proactive in the search for peace. They encouraged a national mood of strategic complacency that percolated into the military as much as it was influenced by the military, paving the way for the success of Egypt’s exercise in tactical deceit.

“We are awaiting the Arabs’ phone call. We ourselves won’t make a move,” Moshe Dayan, Israel’s defense minister, said. “We are quite happy with the current situation. If anything bothers the Arabs, they know where to find us.” But when Egyptian President Anwar Sadat finally called in February 1971, and again in early 1973, with bold peace initiatives, Israel’s line was either busy, or no one on the Israeli side picked up the phone.

Categories
Uncategorized

La guerra de Yom Kippur hoy

Stars and Symbols
Stars and Symbols. Illustration by Nerosunero, courtesy of nerosunero/Flickr

MADRID – La proximidad del 40º aniversario de la guerra de Yom Kippur se ha caracterizado en Israel más que nada por el debate recurrente sobre los fallos de la inteligencia israelí, que no detectó ni frustró el ataque por sorpresa, pero el grave error de Israel en octubre de 1973 fue más político que militar, más estratégico que táctico y, por tanto, particularmente pertinente hoy, cuando una sólida política de paz israelí debe ser un pilar fundamental de su doctrina de la seguridad.

La guerra de Yom Kippur fue, en muchos sentidos, el castigo a Israel por su arrogancia posterior a 1967: la hibris siempre engendra la némesis. Egipto había sido derrotado tan rotundamente en la guerra de los Seis Días de junio de 1967, que los dirigentes de Israel desecharon la necesidad de ser proactivos en la búsqueda de la paz. Alentaron un talante nacional de complacencia estratégica que se filtró en el ejército en la misma medida en que fue influencia de él, lo que preparó el terreno para el éxito del ejercicio de Egipto en el engaño táctico.

“Estamos esperando la llamada de teléfono de los árabes. Nosotros no adoptaremos iniciativa alguna”, dijo Moshe Dayan, ministro de Defensa de Israel. “Estamos muy a gusto con la situación actual. Si algo molesta a los árabes, ya saben dónde encontrarnos”. Pero, cuando el Presidente de Egipto Anwar Sadat llamó por fin en febrero de 1971 y de nuevo a principios de 1973 para exponer audaces iniciativas de paz, o la línea de Israel estaba ocupada o nadie por la parte israelí descolgó el teléfono.

La guerra de los Seis Días propició la decadencia moral y política de Israel, al transformar el talante nacional de un modo que hizo de la paz un empeño imposible. Ebrios con la victoria y cada vez más incapaces de distinguir la diferencia entre mitología mesiánica y condiciones objetivas, Israel y sus dirigentes perdieron el contacto con la realidad. Todo el mundo quedó encantado con la ganancia territorial que se extendía desde el río Jordán en el Este hasta el canal de Suez en el Oeste, desde el monte Hermón en el Norte hasta Sharm Al Seij en el Sur.

La orgía de triunfalismo militar y político de Israel después de 1967 cegó a sus dirigentes ante las oportunidades para la paz que sus céleres hazañas militares brindaron. Desaprovecharon la ocasión de convertir un éxito táctico en una importante victoria estratégica para el sionismo en forma de un acuerdo político con gran parte del mundo árabe.

La derrota de los ejércitos árabes en 1967 fue el preludio de una transformación fundamental en la estructura del conflicto árabo-israelí que los dirigentes de Israel interpretaron mal o pasaron por alto. La política árabe de “eliminar las huellas de la agresión” dejó de aplicarse a las conquistas de Israel en 1948 y sólo se refirió a los territorios que este país ocupó después de la guerra de los Seis Días, pero, en lugar de aprovechar aquel cambio para legitimar su nacimiento ante sus vecinos árabes, Israel prefirió reanudar el debate sobre los objetivos territoriales del sionismo.

Resulta difícil imaginar un mayor abismo que el que existía entre Sadat, el estadista creativo y con amplitud de miras, y el inmóvil gobierno de la Primera Ministra Golda Meir. Ésta no aceptó el despliegue de fuerzas egipcias en la orilla oriental del canal de Suez ni la disposición de que el acuerdo provisional concluyera con la aplicación de la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Las propuestas de paz de Sadat no fueron derrotadas porque carecieran de mérito, sino porque no se consideraba que Egipto tuviese una opción militar para respaldarlas. El Secretario de Estado de los Estados Unidos Henry Kissinger informó implícitamente a los egipcios de que sólo se los tomaría en serio, si iniciaban una guerra. En febrero de 1973, el asesor de seguridad nacional de Sadat, Hafiz Ismail, transmitió a Kissinger una propuesta de acuerdo general de paz con Israel, como un último intento de evitar un conflicto armado. “No puedo abordar sus problemas, a no ser que lleguen a crear una crisis”, respondió Kissinger.

Los israelíes, por su parte, dieron por sentado que los árabes sólo iniciarían una guerra cuando tuvieran una posibilidad de ganarla. Ésa es la razón por la que Golda Meir hizo caso omiso de la advertencia explícita del “mejor de los enemigos de Israel”, el rey Husein de Jordania, diez días antes de la guerra de 1973, de que era inminente una ofensiva egipcio-siria.

Pero Sadat nunca abrigó la esperanza de derrotar a Israel y su estrategia no iba encaminada a la consecución de una victoria militar. La suya era una guerra política, una clásica táctica de Clausewitz que complementaba su estrategia de paz. Lo que quería era lanzar un proceso político para sacar a Israel de su autocomplacencia y obligar a las superpotencias a reavivar la búsqueda de un acuerdo.

Constituye una triste enseñanza de Oriente Medio la de que todos los avances importantes en pro de la paz hayan sido sólo consecuencia de una guerra. La guerra de 1948 condujo a los Acuerdos de Armisticio de 1949, la guerra de Yom Kippur tuvo que preceder a la paz de Israel con Egipto y los Acuerdos de Oslo requirieron la guerra del Golfo de 1990-1991 y la Intifada palestina de 1987-1992.

Hoy, el frente palestino parece en calma, pero el gobierno del Primer Ministro Netanyahu debe evitar la autocomplacencia del gobierno de Golda Meir en 1973. La inteligencia militar no es un substituto del arte del estadista y el mejor modo de detener el deslizamiento hacia la guerra sigue siendo una política de paz creíble.

Traducido del inglés por Carlos Manzano.

Copyright Project Syndicate


Shlomo Ben Ami, ex ministro de Asuntos Exteriores de Israel y actual Vicepresidente del Centro Internacional por la Paz de Toledo, es autor de Scars of War, Wounds of Peace: The Israel-Arab Tragedy (“Cicatrices de guerra y heridas de paz. La tragedia árabo-israelí”).


For additional material on this topic please see:

Sinai: Implications of the Security Challenges for Egypt and Israel

Troubled Times for the Sinai Peninsula

War in History and in Fiction, with Michael B. Oren


For more information on issues and events that shape our world please visit the ISN’s Weekly Dossiers and Security Watch.