Obama’s Russian Roadblock

Obama and Putin
Obama and Putin at the G20 summit in Los Cabos, Mexico, in June 2012. Photo: US Government/The White House.

MOSCOW – In a recent speech in Berlin, US President Barack Obama reaffirmed his commitment to nuclear disarmament and proposed steps toward achieving that goal. But Russia has made clear that it does not plan to pursue further reductions to its nuclear arsenal any time soon.

In the speech – delivered nearly 50 years after President John F. Kennedy addressed the then-divided city, highlighting the value of arms control between adversaries – Obama announced that the United States is prepared to cut its nuclear arsenal by up to one-third. He also proposed major reductions in the number of tactical nuclear weapons (TNWs) deployed in Europe. Moreover, he called upon the international community to renew its efforts to prevent Iran and North Korea from developing nuclear weapons; to bring theComprehensive Nuclear-Test-Ban Treaty and the proposed Fissile Material Cut-Off Treaty into force; and to make nuclear energy safer.

El obstáculo ruso de Obama

Obama and Putin
Obama and Putin at the G20 summit in Los Cabos, Mexico, in June 2012. Photo: US Government/The White House.

MOSCÚ – En un  discurso que pronunció recientemente en Berlín, el presidente estadounidense, Barack Obama, reafirmó su compromiso con el desarme nuclear y propuso medidas para alcanzar esa meta. No obstante, Rusia ha dejado claro que no tiene previsto realizar más recortes de su arsenal nuclear en el futuro cercano.

En el discurso – pronunciado casi 50 años después de que el presidente John F. Kennedy se dirigiera a la entonces dividida ciudad para resaltar el valor del control de armamentos entre los adversarios – Obama anunció que los Estados Unidos están dispuestos a reducir hasta en una tercera parte su arsenal nuclear. También propuso reducciones significativas de las armas nucleares tácticas desplegadas en Europa.  Además, hizo un llamado a la comunidad internacional para que renueve sus esfuerzos por impedir que Irán y Corea del Norte desarrollen armas nucleares;  por poner en operación el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares y el propuesto Tratado de Prohibición de la Producción de Material Fisionable; y por hacer más segura la energía nuclear.

Hace tres años, parecía que Rusia compartía las aspiraciones de Obama de superar las posturas nucleares de la Guerra Fría y ambos países habían acordado limitar a 1,550 sus armas desplegadas como parte del Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas. De hecho, Rusia considera al nuevo START como un tratado “norma de oro”, basado en principios fundamentales – reducciones modestas y equilibradas durante un plazo largo, medidas de verificación adecuadas pero no excesivas y reconocimiento de la relación entre ofensiva y defensa estratégica – que deberían aplicarse a todos los tratados futuros de control de armamento.

Sin embargo, desde entonces los funcionarios rusos han adoptado posiciones de línea dura y han afirmado en diversos foros –incluida la reciente Conferencia sobre la Seguridad Europea celebrada en Moscú- que Rusia no considerará hacer más recortes de su arsenal nuclear hasta que los Estados Unidos aborden ciertas cuestiones que afectan los intereses rusos. De hecho, muchas de las exigencias del Kremlin bien podrían estar más allá de las capacidades de respuesta de la administración Obama.

Una de las principales preocupaciones de Rusia son los esfuerzos de los Estados Unidos por reforzar su sistema de defensa de misiles balísticos. Aunque los expertos han puesto en duda la capacidad de ese sistema, los líderes rusos están convencidos de que podría dañar seriamente la capacidad de disuasión nuclear de Rusia.

Los funcionarios rusos han dado a entender que los Estados Unidos están utilizando la amenaza de un ataque con misiles balísticos nucleares por Corea del Norte o Irán contra su país como pretexto para construir defensas contra Rusia (y probablemente China). A pesar de las garantías de Obama (y de sus predecesores), Rusia sostiene que los objetivos verdaderos del sistema de defensa de misiles balísticos son ampliar el papel de la OTAN en Europa, complicar el trabajo diplomático de Rusia y facilitar las intervenciones militares de los Estados Unidos.

El presidente ruso, Vladimir Putin, incluso ha advertido que sin la capacidad de disuasión de Rusia, los Estados Unidos estarían tentados a llevar a cabo intervenciones militares, como las de la ex Yugoslavia, Iraq y Libia, en más países. Estas preocupaciones han conducido a que Rusia exija que los Estados Unidos firmen un tratado vinculante que limite la velocidad, ubicación y capacidades de sus defensas de misiles y que incluya disposiciones obligatorias sobre transparencia, aunque los funcionarios rusos reconocen que el Senado de los Estados Unidos jamás ratificaría un tratado como ese.

Otra cuestión que limita el desarme nuclear es la opinión de Rusia de que sin armas nucleares su capacidad militar se vería superada por las fuerzas convencionales de los Estados Unidos y la OTAN. En efecto, a muchas personas en Rusia les preocupa que un ataque de Estados Unidos, llevado a cabo con su arsenal creciente de armas convencionales teledirigidas de largo alcance, contra la fuerza nuclear de disuasión y otros dispositivos defensivos de Rusia sería tan devastador como un ataque nuclear.

La intención declarada de Obama de trabajar junto con la OTAN para tratar de reducir en por lo menos 5,000 el arsenal de armas nucleares tácticas de Rusia –que supera por mucho las aproximadamente 200 que tiene la OTAN-  y alejar las ojivas restantes del territorio de los miembros de la OTAN exacerba los temores. Muchos rusos sienten que el dominio de su país en este ámbito es esencial para contrarrestar los desequilibrios en el armamento convencional.

De hecho, ningún tratado formal de control de armamento cubre estas armas no estratégicas; tampoco han sido objeto de las negociaciones específicas entre la OTAN y Rusia. Además, mientras los Estados Unidos tengan armas nucleares tácticas cerca de la frontera de Rusia, los funcionarios rusos insisten en que no iniciarán esas pláticas.

Incluso si los Estados Unidos lograran que Rusia se sentara a la mesa de negociaciones, convencerla de aceptar reducciones importantes de su arsenal de armas nucleares tácticas requeriría que los Estados Unidos cumplieran exigencias adicionales, como limitar las concentraciones e instalaciones militares de la OTAN cercanas a la periferia de Rusia y resucitar el Tratado sobre las Fuerzas Armadas Convencionales en Europa en las condiciones que dicte el Kremlin. Además, los líderes rusos exigen que otros Estados con armas nucleares acepten límites comparables en sus arsenales de armas nucleares tácticas.

En efecto, Rusia quiere sustituir los procesos predominantemente bilaterales de control de armamento nuclear de los últimos 50 años con negociaciones multilaterales orientadas a limitar las capacidades ofensivas de otros Estados que tienen armas nucleares como el Reino Unido, Francia y China – y tal vez otros países. No obstante, sería difícil convencer a esos Estados de participar en negociaciones sobre la reducción de armamento, y ya no se diga de aceptar nuevas limitaciones a sus relativamente reducidos arsenales nucleares. Al igual que la administración Obama, creen que la próxima ronda de recortes debería centrarse en Rusia y los Estados Unidos, que siguen teniendo casi todas las armas nucleares del mundo.

El desafío fundamental es que los líderes rusos no comparten la aversión de Obama hacia las armas nucleares. Al contrario, creen que, si bien la posibilidad de una guerra nuclear se ha reducido drásticamente desde el final de la Guerra Fría, la disuasión nuclear se ha vuelto más valiosa para Rusia y otros países a los que los Estados Unidos superan en poder militar convencional. Este puede ser un obstáculo insuperable para concretar la visión de la administración de Obama de un mundo libre de armas nucleares.

Traducción de Kena Nequiz

Copyright Project Syndicate.

Richard Weitz es investigador y director del Centro de Análisis Político-Militar del Instituto Hudson.

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North Korea’s Powerful Weakness

China - Dandong - DPRK border sign
China – Dandong – DPRK border sign. Photo: Doug/flickr.

CAMBRIDGE – When US President Barack Obama and Chinese President Xi Jinping met for their “shirt-sleeves summit” in California last month, North Korea was a major topic of conversation. The subject was not new, but the tone was.

More than two decades ago, the International Atomic Energy Agency caught North Korea violating its safeguards agreement and reprocessing plutonium. After the North renounced the subsequentAgreed Framework, negotiated by President Bill Clinton’s administration, in 2003, it expelled IAEA inspectors, withdrew from the Nuclear Non-Proliferation Treaty, and has since detonated three nuclear devices and conducted a variety of missile tests.

La poderosa debilidad de Corea del Norte

China - Dandong - DPRK border sign
China – Dandong – DPRK border sign. Photo: Doug/flickr.

CAMBRIDGE – El mes pasado, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y el presidente de China, Xi Jinping, celebraron en California una “cumbre en mangas de camisa”, y Corea del Norte fue un tema importante de conversación. Aunque la cuestión en sí no era nueva, esta vez cambió el tono del diálogo.

Hace más de dos décadas, el Organismo Internacional de Energía Atómica encontró a Corea del Norte en violación de su acuerdo de salvaguardias y reprocesando plutonio. Luego el gobierno del presidente Bill Clinton negoció un acuerdo marco con Corea del Norte, pero en 2003 el país lo abandonó, expulsó a los inspectores del OIEA, se retiró del Tratado de No Proliferación Nuclear y desde entonces ha detonado tres dispositivos nucleares y realizado una variedad de ensayos misilísticos.

A lo largo de estas dos décadas, funcionarios estadounidenses y chinos han discutido frecuentemente la conducta norcoreana, tanto en forma privada como en el marco de reuniones públicas. Los chinos han dicho una y otra vez que no querían que Corea del Norte desarrollara armas nucleares; pero también aseguraron que su influencia sobre el régimen es limitada (a pesar de que China es el principal proveedor de alimentos y combustibles de Corea del Norte). El resultado fue un intercambio de mensajes hasta cierto punto previsible, en el que China y Estados Unidos se limitaron a proclamar la desnuclearización como objetivo compartido.

Aunque China no mintió al declarar sus deseos de una península coreana libre de armas nucleares, la cuestión nuclear no era su principal preocupación. China también tenía otro objetivo: evitar el colapso del régimen norcoreano, con el consiguiente riesgo de caos en su propia frontera (que se manifestaría no solamente en la forma de flujos de refugiados, sino también en la posibilidad de que tropas surcoreanas o estadounidenses se desplazaran hacia el norte).

Puesta en esta disyuntiva, China priorizó el mantenimiento de la dinastía familiar de los Kim, una elección con un efecto aparentemente paradójico: inesperadamente, Corea del Norte obtuvo un enorme poder sobre China.

Corea del Norte tiene lo que yo denomino “el poder de la debilidad”. En ciertas situaciones de negociación, la debilidad y la amenaza de derrumbe pueden ser fuentes de poder. Un ejemplo fácilmente reconocible es este: si yo le debo al banco mil dólares, el banco tiene poder sobre mí; pero si le debo mil millones de dólares, puede ser que yo tenga un considerable poder de negociación sobre el banco. En este sentido, China es para Corea del Norte como el banquero demasiado expuesto.

Así pues, China intentó persuadir a los norcoreanos para que sigan el ejemplo chino y adopten una economía de mercado. Pero como el régimen de Kim le tiene pavor a la posibilidad de que la liberalización económica termine provocando demandas de mayor libertad política, la influencia de China sobre el régimen es limitada. Como me dijo cierta vez un funcionario chino en un momento de franqueza: “Corea del Norte tiene nuestra política exterior de rehén”.

Los líderes norcoreanos jugaron con audacia la carta de su debilidad y, con ello, lograron aumentar su poder. Saben que si estallara un conflicto militar con todas las letras, las fuerzas militares surcoreanas y estadounidenses los derrotarían. Pero al mismo tiempo, con sus 15.000 piezas de artillería en la Zona Desmilitarizada, a apenas 30 millas (48 kilómetros) al norte de Seúl (la capital de Corea del Sur), también saben que pueden hacer estragos en la economía surcoreana, mientras que ellos tienen relativamente menos que perder.

Corea del Norte lleva mucho tiempo alardeando de su disposición a correr riesgos. En 2010, hundió un buque de la armada surcoreana y bombardeó una isla del país vecino, lo que provocó una crisis. Esta primavera, realizó una prueba nuclear y una serie de ensayos misilísticos, que acompañó con una andanada de retórica belicista.

Pero parece que ahora China comienza a perder la paciencia. El inexperto nuevo gobernante norcoreano, Kim Jong-un, le inspira menos confianza que su padre, Kim Jong-il. Además, los líderes chinos comienzan a darse cuenta de los riesgos que Corea del Norte está imponiendo a China.

Si las pruebas nucleares continúan, en Corea del Sur y Japón podría aumentar la demanda de contar con armas nucleares. Además, si a la retórica estridente que empleó el régimen de Kim esta primavera le siguen provocaciones contra Corea del Sur como las ocurridas en 2010, puede suceder que los surcoreanos respondan con uso de la fuerza, y China podría verse arrastrada al conflicto.

Las señales de cambio son intrigantes. Tras la discusión “franca” del tema Corea del Norte entre Xi y Obama, el presidente chino se reunió con la presidenta surcoreana Park Geun-hye sin reunirse antes con los norcoreanos, sus aliados oficiales. Más tarde, dos funcionarios de alta jerarquía de Corea del Norte visitaron Beijing y recibieron una reprimenda por la conducta de su país.

A diferencia de otras veces, ahora Xi y Park emitieron una declaración conjunta sobre la importancia de una implementación fiel de las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que invocan la aplicación de sanciones a Corea del Norte, así como del acuerdo multilateral de 2005 que exige a los norcoreanos renunciar a sus programas de armas nucleares a cambio de beneficios económicos y diplomáticos. Además, ambos líderes demandaron que se reanuden las conversaciones a seis bandas sobre desnuclearización, que están suspendidas desde 2009.

Nadie sabe con certeza qué pasará después. Corea del Norte atemperó su retórica y su conducta, pero el régimen de Kim no da señales de estar dispuesto a abandonar el programa de armas nucleares, que considera esencial para su seguridad y su prestigio. Puede ser que en el largo plazo, el cambio económico y social ayude a resolver la situación. China sigue enfrentada al mismo dilema: si presiona demasiado en demanda de reformas, puede provocar el colapso del régimen de Kim.

En estas circunstancias, lo que pueden hacer Estados Unidos y Corea del Sur es dar pasos para garantizar a China que en caso de producirse dicho colapso, no aprovecharán la situación para desplazar tropas hacia la frontera con China. Las otras veces que Estados Unidos propuso tener conversaciones discretas para discutir planes de contingencia para el supuesto de una caída del régimen norcoreano, China no quiso ofender y debilitar a Corea del Norte. Pero ahora que el gobierno chino busca modos de superar el dilema en el que está metido, puede ser que su próximo paso sea buscar una fórmula que permita discutir dicha eventualidad.

Traducción: Esteban Flamini

Copyright Project Syndicate.

Joseph S. Nye es profesor en la Universidad de Harvard y autor del libro Presidential Leadership and the Creation of the American Era [El liderazgo presidencial y la creación de la era estadounidense].

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La faiblesse puissante de la Corée du Nord

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China – Dandong – DPRK border sign. Photo: Doug/flickr.

CAMBRIDGE – Lorsque le président des États-Unis Barack Obama et le président chinois Xi Jinping se sont rencontrés le mois dernier dans un « sommet à manches courtes » en Californie, la Corée du Nord était le principal sujet des discussions. Le sujet n’avait rien de nouveau, mais le ton l’était.

Il y a plus de deux décennies, l’Agence internationale de l’énergie atomique a pris la Corée du Nord en flagrant délit de violation de son accord de garanties et de retraitement du plutonium. Après que la Corée du Nord ait renoncé au Cadre agréé subséquent, négocié, en 2003, par l’administration du président Bill Clinton, elle a expulsé les inspecteurs de l‘AIEA, s’est retirée du Traité sur la non-prolifération des armes nucléaires. Elle a depuis fait exploser trois engins nucléaires et effectué divers essais de lancement de missiles.

Pendant ces deux décennies, les responsables américains et chinois ont fréquemment discuté des agissements de la Corée du Nord, tant en privé que dans des rencontres publiques. Les Chinois n’ont jamais cessé d’affirmer qu’ils ne voulaient pas que la Corée du Nord se dote d’armes nucléaires, mais déclaraient que leur influence sur le régime était somme toute limitée, malgré le fait que la Chine soit le principal fournisseur du pays en aliments et combustibles. Il en résulte un dialogue sensiblement écrit d’avance dans lequel la réalisation de la Chine et des États-Unis se limiterait à une vague profession de foi pour la dénucléarisation comme objectif commun.

La Chine était sincère en exprimant sa volonté d’une péninsule coréenne non nucléaire, mais le problème nucléaire n’était pas sa principale préoccupation. Elle cherchait surtout à empêcher l’effondrement du régime de la Corée du Nord et le chaos qui pourrait en résulter aux frontières, non seulement par des flux de réfugiés, mais aussi par la possibilité que les troupes de la Corée du Sud ou des États-Unis envahissent la Corée du Nord.

Tiraillée entre ses deux objectifs, la Chine a mis une plus haute priorité sur le maintien au pouvoir de la dynastie de la famille Kim. Ce choix a donné lieu à un paradoxe apparent quoiqu’étonnant : la Corée du Nord a fortement gagné en influence sur la Chine.

La Corée du Nord détient ce que l’on appelle « le pouvoir du faible ». Dans certaines situations de négociations, la faiblesse et la menace d’écroulement peuvent être une source de pouvoir. Un exemple plutôt classique illustre ce propos : si vous devez 1 000 $ à la banque, cette dernière a un certain pouvoir sur vous ; mais si votre dette envers la banque est de 1 milliard $, vous avez un pouvoir de négociation considérable sur la banque. La Chine est, en ce sens, le banquier à découvert de la Corée du Nord.

En conséquence, la Chine a essayé d’amadouer la Corée du Nord pour qu’elle suive son exemple en s’orientant vers le marché. Toutefois, avec le régime de Kim terrorisé par le fait que la libéralisation économique puisse éventuellement dégénérer en demandes pour de plus grandes libertés politiques, l’influence de la Chine sur le régime est restreinte. Comme un responsable chinois m’a déjà confié dans un moment d’inattention : « la Corée du Nord a détourné notre politique étrangère ».

La Corée du Nord a décuplé son pouvoir en jouant audacieusement le peu d’atout qu’elle a en main. Les dirigeants de la Corée du Nord savent que les forces militaires supérieures de la Corée du Sud et des États-Unis remporteraient un conflit militaire de grande envergure. Et pourtant, avec 15 000 tubes d’artillerie dans la zone démilitarisée, à moins de 48 kilomètres du nord de Séoul, la capitale de la Corée du Sud, ils savent également qu’ils pourraient semer le chaos dans l’économie de la Corée du Sud tandis que la Corée du Nord a relativement moins à perdre.

La Corée du Nord a longtemps été habile à afficher sa volonté de prendre des risques, provoquant une crise en 2010 en coulant un bâtiment militaire de la Corée du Sud et en bombardant une île de la Corée du Sud. Ce printemps, elle a effectué un essai nucléaire et une série de tests de missiles, accompagnés par une logorrhée de rhétorique belliqueuse.

Il semble maintenant que la Chine soit en train de perdre patience. Elle a moins confiance dans le nouveau dirigeant inexpérimenté de la Corée du Nord, Kim Jong-un, qu’elle avait en son père, Kim Jong-il. Les dirigeants chinois sont également en train de se rendre compte des risques que la Corée du Nord impose à la Chine.

Avec plus d’essais nucléaires, la Corée du Sud et le Japon pourraient vouloir se doter eux aussi d’armes nucléaires. De plus, si jamais les discours belliqueux de ce printemps du régime de Kim ont été suivis par des provocations contre la Corée du Sud du même acabit que celles de 2010, la Corée du Sud pourrait répliquer avec force et la Chine pourrait se faire entraîner dans le conflit.

Les signes de changement sont intrigants. À la suite des  « franches » discussions sur la Corée du Nord entre Xi et Obama, Xi a organisé un sommet avec le président Park Geun-hye de la Corée du Sud, sans avoir rencontré son allié officiel de la Corée du Nord. Au lieu de cela, deux hauts gradés de la Corée du Nord ont ensuite rendu visite à Beijing pour se faire semoncer pour les actions de leur pays.

Par contre, Xi et Park ont fait une déclaration commune reconnaissant l’importance d’appliquer fidèlement les résolutions du Conseil de sécurité des Nations Unies pour que des sanctions soient prises contre la Corée du Nord, et ont aussi souscrit à un accord multilatéral en 2005 qui oblige la Corée du Nord à troquer son programme d’armement nucléaire pour des avantages économiques et diplomatiques. Les dirigeants des deux pays ont demandé instamment la reprise des pourparlers à six sur la dénucléarisation, qui sont interrompus depuis 2009.

La suite reste encore floue. La Corée du Nord a modéré sa rhétorique et ses provocations, mais le régime Kim n’a donné aucun signe d’être prêt à renoncer à son programme d’armement nucléaire qu’elle considère comme essentiel à sa sécurité et à son prestige. À long terme, les changements économiques et sociaux pourraient aider à résoudre la situation. Le dilemme de la Chine demeure : si elle insiste trop rapidement pour des réformes, le régime de Kim pourrait s’effondrer.

Devant une telle perspective, les États-Unis et la Corée du Sud pourraient prendre des mesures pour rassurer la Chine qu’ils ne profiteraient pas de l’occasion pour déplacer leurs troupes jusqu’aux frontières de la Chine. Dans le passé, lorsque les États-Unis ont proposé que des pourparlers discrets sur des plans d’urgence en cas d’effondrement du régime, la Chine a toujours craint d’offenser et d’affaiblir la Corée du Nord. Mais la prochaine étape de la Chine pourrait bien être de trouver une formule de discussion de telles éventualités alors qu’elle cherche à surmonter son dilemme.

Traduit de l’anglais par Pierre Castegnier.

Copyright Project Syndicate.

Joseph S. Nye est professeur de l’université Harvard et auteur de Presidential Leadership and the Creation of the American Era (Le leadership présidentiel et la création de l’ère américaine).

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