Iran, Turkey, and the Non-Arab Street

Protestors clash with Turkish riot policemen on the way to Taksim Square in Istanbul on June 5, 2013

To Western eyes, Middle East politics have again been stood on their head. Iran’s theocratic mullahs allowed the election of Hassan Rowhani, a man who announced in his first speech as President-elect that his victory is “the victory of wisdom, moderation, and awareness over fanaticism and bad behavior.”

Iranians, apparently surprised that the candidate whom a majority of them had backed (over six harder-line candidates) had won, poured into the streets and hailed a victory “for the people.” To be sure, it was a carefully controlled election: all candidates who might actually have challenged Supreme Leader Ayatollah Ali Khamenei’s authority were disqualified in advance. But, within those limits, the government allowed the people’s votes to be counted.

El Irán, Turquía y las calles no árabes

Para un observador occidental, la política de Oriente Medio ha vuelto a estar totalmente transtornada. Los ulemas teocráticos permitieron la elección de Hasán Ruhaní, quien en su primer discurso como Presidente electo anunció que la suya es “la victoria de la sensatez, la moderación y la conciencia sobre el fanatismo y el mal comportamiento”.

Los iraníes, al parecer sorprendidos de que el candidato al que una mayoría de ellos había respaldado (frente a seis intransigentes) hubiera ganado, salieron en masa a las calles a gritar victoria “para el pueblo”. Desde luego, fueron unas elecciones cuidadosamente controladas: todos los candidatos que podrían haber desafiado de verdad la autoridad del Dirigente Supremo Ayatolá Alí Jamenei quedaron descalificados de antemano, pero, dentro de esos límites, el Gobierno permitió el recuento de los votos del pueblo.

En el país vecino, Turquía, el demócrata islámico favorito de Occidente, el Primer Ministro Recep Tayyip Erdoğan, estaba utilizando máquinas topadoras, gases lacrimógenos, cañones de agua y pelotas de goma para desalojar la céntrica plaza Taksim de Estambul y el parque Gezi de manifestantes pacíficos que se negaban a obedecerlo. La teoría de gobierno de Erdoğan parecer ser la de que, como fue elegido por una mayoría de turcos que sigue apoyándolo, quienquiera que se oponga a él es un terrorista o un peón de siniestras fuerzas extranjeras. Parece no ver margen alguno para la oposición legítima, para la idea de que la mayoría actual puede ser la minoría futura y las reglas del juego deben permitir que se oiga a las dos.

Cuando, hace cuatro años, centenares de miles de jóvenes iraníes invadieron las calles de Teherán para protestar contra la reelección del Presidente saliente, Mahmoud Ahmadinejad, el Gobierno del Irán disparó contra ellos con armas de fuego. Las protestas fueron reprimidas brutalmente y se detuvo, se encarceló y, al parecer, se violó y se torturó a participantes en las manifestaciones, lo que perjudicó la reputación del régimen no sólo entre los iraníes, sino también entre los millones de jóvenes árabes de todo Oriente Medio y África del Norte, que no tardarían en alzarse para exigir derechos sociales y políticos.

En un principio, Erdoğan fue un héroe para esas mismas multitudes. En septiembre de 2011, recorrió Egipto, Túnez y Libia y fue acogido como un héroe. Presentó su partido Justicia y Desarrollo como el equivalente musulmán de los partidos demócratas cristianos de Europa, es decir, una combinación de crecimiento económico, políticas anticorrupción y elecciones libres.

Actualmente, el Gobierno de Erdoğan se parece mucho más a los gobiernos contra los cuales se levantaron los jóvenes, al usar como blanco a los periodistas y acusar de pretender dañar la economía turca a un grupo de presión de especuladores interesados en unos tipos de interés elevados. También ha imitado al Presidente de Siria, Bashar Al Assad, no sólo demonizando a los manifestantes, sino también persiguiendo al personal médico que los atiende y a los hoteleros que los albergan.

Desde luego, Turquía no es el Irán y viceversa, pero de la comparación entre los acontecimientos actuales en los dos países se desprenden enseñanzas que resuenan en todo Oriente Medio y África del Norte. Lo más importante es que, en un mundo que por fin aprueba de boquilla la democracia, la voz del “pueblo” importa. Confiere cierta legitimidad que no se puede, sencillamente, obtener por la fuerza y ésa es en última instancia la garantía más segura de inversión y crecimiento.

Naturalmente, “el pueblo” nunca está de verdad unido: inconstante en sus lealtades y sujeto a la demagogia, con frecuencia se une en la oposición, pero se fragmenta una vez que ocupa el poder. No obstante, la voluntad de un gran número de personas de lanzarse (o sentarse) para afirmar su derecho a ser oídas, pese a la inminente posibilidad de una represión violenta, anuncia a sus conciudadanos y al mundo que algo va muy mal.

Jamenei y sus guardias de la Revolución Islámica del Irán pudieron capear el temporal de 2009, pero su fachada de poder legítimo estaba desplomándose. Resulta algo paradójico que la elección de Ruhaní fortalezca su posición política y, aunque Erdoğan puede muy bien obligar al genio de la protesta a volver dentro de la botella, quedará debilitado en gran medida hasta las próximas elecciones turcas.

Una segunda enseñanza que se desprende de los acontecimientos recientes en el Irán y Turquía es la de que el abanico de gobiernos de Oriente Medio y África del Norte comprende desde la autocracia y la teocracia hasta variedades de democracia dirigida. Ninguno de esos países constituye una democracia liberal plena, es decir, un sistema político que combina las elecciones libres y justas con las protecciones constitucionales de los derechos individuales para todos sus ciudadanos.

El Irán ha constituido desde hace mucho lo que el analista americano de política exterior Fareed Zakaria ha llamado una “democracia iliberal”. Por su parte, Turquía parecía dirigirse hacia una verdadera democracia liberal, pese a las críticas de quienes señalaban el encarcelamiento de periodistas y generales por Erdoğan; ahora se ha descarriado a la vista del mundo entero.

Una última enseñanza es la de que la prueba de un gobierno seguro es si puede soportar verse criticado o incluso vituperado. Erdoğan parece indignado sobre todo por la temeridad de los ciudadanos turcos que levantan la voz contra él.

Después de que pareciera que Erdoğan había logrado un acuerdo con los manifestantes sobre el destino del parque Gezi, cuya prevista demolición desencadenó las primeras manifestaciones, uno de mis seguidores en Twitter expresó su satisfacción ante el resultado y dijo que los manifestantes debían volver ya a sus casas, porque “tres semanas son suficientes”, pero “suficientes, ¿para qué?

Recuérdese que en 2011 los manifestantes de Occupy Wall Street ocuparon la parte baja de Manhattan durante sus dos buenos meses. Los funcionarios de la ciudad de Nueva York acabaron acallando la protesta, pero más que nada por razones de salud y sanitarias y quejas similares de los residentes del barrio. En una conferencia de prensa el día en que comenzaron las protestas, el alcalde de la ciudad de Nueva York, Michael Bloomberg dijo: “Los ciudadanos tienen derecho a protestar y, si quieren hacerlo, tendremos mucho gusto en facilitarles zonas adecuadas para ello”.

Entretanto, en Siria, “el pueblo” se levantó, recibió disparos, tomó las armas, fue manipulado y comenzó un ciclo de matanzas y venganzas sectarias, que lo único que puede hacer es fragmentarlo aún más. Ni el Irán ni Turquía han llegado a ese punto. No obstante, las protestas pacíficas, los procesos judiciales, las negociaciones políticas, las avenencias y, en última instancia, unas nuevas elecciones brindarían a los dos países –y a muchos otros de esa región y de otras– una forma mucho mejor de resolver las tensiones internas que los métodos que sus dirigentes emplean actualmente.

Anne-Marie Slaughter, ex Directora de Planificación de Políticas en el Departamento de Estado de los Estados Unidos (2009-2011), es profesora de Política y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.

© Project Syndicate 1995–2013

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Iran, Turkey and Azerbaijan: Heading Towards a Regional Crisis?
The Evolving Ruling Bargain in the Middle East
The Middle East: Change and Upheaval 2012


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El imperativo del libre comercio transatlántico

La confirmación de la designación de Michael Froman como representante comercial de los Estados Unidos es buena ocasión para destacar las grandes oportunidades que se derivarían de la firma de un acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos y que beneficiarían a ambas partes y al mundo entero.

La economía global se encuentra en este momento dividida en tres niveles (crecimiento al 6% en los mercados emergentes, 2% en Estados Unidos y cero en Europa) y muestra signos preocupantes de parálisis y unilateralismo nacionalista. No pocos prevén el inicio de guerras de divisas.

En semejante entorno global, económicamente incierto y lleno de tentaciones proteccionistas, el logro de un acuerdo de libre comercio entre los dos bloques comerciales más grandes del mundo (que juntos representan alrededor del 40% del PIB global) es más importante que nunca. A lo largo de la historia, el libre comercio y el crecimiento económico han ido de la mano (lo mismo que el proteccionismo y el estancamiento). Una mayor integración comercial entre Estados Unidos y las economías de la UE fortalecería el crecimiento a ambos lados del Atlántico.

Las previsiones hablan de que este año la economía estadounidense crecerá un 2%, a pesar de una reducción del gasto público equivalente al 1,8% del PIB, lo que implica un crecimiento del 3,8% en el sector privado. Tanto la Reserva Federal estadounidense como el Banco Central Europeo han intervenido activamente para impulsar la recuperación económica, pero los resultados no podrían ser más diferentes.

Mientras Estados Unidos pudo controlar la crisis bancaria velozmente y en forma sostenible, Europa todavía anda de rescate en rescate. Además, es obvio que el programa estadounidense de estímulo funcionó (a pesar de las críticas que recibió desde la izquierda por insuficiente y desde la derecha por excesivo). También puede ser que haya ayudado cierta diferencia básica de mentalidad: a la hora de evaluar oportunidades, muchos europeos tienden a sobrevalorar los riesgos.

Sea como sea, Estados Unidos es el primer país de la economía global afectado por la recesión donde los programas de estímulo fiscal se tradujeron en niveles de inversión privada y crecimiento que hacen posible la consolidación fiscal. Ahora, cuanto mayor sea el crecimiento conjunto de Estados Unidos y la Unión Europea, tanto más se beneficiará esta última a partir de la recuperación estadounidense.

La demanda de bienes de fabricación europea aumentará, y los estados miembros de la UE pueden (y deben) alinear sus economías con el crecimiento estadounidense. La historia nos enseña que esperar que Europa sea capaz de recuperarse sola puede resultar engañoso, ya que el ciclo económico europeo casi siempre sigue al ciclo estadounidense y lo refuerza. Por ejemplo, muchos consideran hoy que la posibilidad de una recesión prolongada en Europa es (junto con los recortes presupuestarios) el principal riesgo al que se enfrenta la recuperación sostenida de Estados Unidos.

En la actualidad, el costo laboral en el sector industrial estadounidense es un 25% inferior a la media europea. Pero más importante es la diferencia en el costo de la energía, que es un 50% inferior en Estados Unidos (divergencia que seguramente se ampliará conforme avance la revolución del shale estadounidense).

Esto ha llevado a diversas industrias europeas altamente dependientes de la energía (por ejemplo, fabricantes de vidrio, acero, compuestos químicos y productos farmacéuticos) a hacer grandes inversiones en Estados Unidos. Se trata de industrias que normalmente producen insumos de alta calidad destinados a un posterior procesamiento en Europa; se da el caso de la fábrica austríaca de acero Voestalpine AG, que comenzará a producir pellets de acero en el sur de Estados Unidos que luego serán usados para la creación de aleaciones de alta calidad en Austria.

La combinación del reducido costo de producción estadounidense con la avanzada capacidad europea para la terminación de productos es una receta para fabricar productos de primera calidad a precios competitivos. De este modo, la inversión europea contribuye a la reindustrialización de Estados Unidos al tiempo que asegura la creación de empleos de alta calidad en Europa.

Pero Europa debe esforzarse más en revitalizar su propio sector fabril. El último intento de crear una zona de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos (que tuvo lugar durante la presidencia de Bill Clinton) fracasó por la política agrícola (rígida y anticuada) de la Unión Europea. Se necesita un nuevo intento que ayude a Europa a sustituir su política agrícola con una política de investigación y desarrollo que apunte a mejorar la competitividad industrial.

En las cumbres multilaterales se habla mucho acerca de coordinación de políticas, pero lo cierto es que la economía mundial tiene desequilibrios que están provocando un aumento de tensiones. Ahora que muchos buscan la salvación en el nacionalismo, una zona de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos sería un símbolo elocuente de las ventajas de la cooperación para la superación de los desafíos globales.

Hay además otro factor geopolítico que contribuye a cambiar las reglas del juego: la creciente importancia económica de Asia. El impresionante rearme de China demuestra que el poder económico no acompañado de poder militar es un fenómeno transitorio. El centro de atención de la política mundial se está trasladando del Atlántico al Pacífico.

Europa debería saber cuál es su lugar de pertenencia. Un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos fortalecería los lazos políticos transatlánticos y sería la prueba concluyente de que las frecuentes quejas acerca de que Estados Unidos ha perdido el interés en Europa son infundadas.

En su segundo discurso inaugural, el presidente Barack Obama destacó la creación de una zona de libre comercio con la Unión Europea como uno de los proyectos centrales de su segundo mandato, concepto que repitió el secretario de Estado, John Kerry, durante su última visita a Alemania. Ahora corresponde a los países de la Unión Europea con perfil exportador (como Alemania, los Países Bajos, Suecia y Austria) presionar para que se dé una respuesta a la oferta estadounidense de negociaciones.

Europa lleva demasiado tiempo mirándose el ombligo. Sus problemas económicos han puesto en entredicho la capacidad del capitalismo democrático europeo para sobrevivir al desafío económico planteado por regímenes autoritarios y semiautoritarios.

Antes que dejarse estar en medio de dudas y lamentos, yo soy el primero en preferir la toma de decisiones políticas. Con la firma de un pacto comercial transatlántico, las economías de ambos lados del océano se pondrían en correspondencia con los intereses fundamentales de Occidente.

Traducción: Esteban Flamini

Alfred Gusenbauer fue canciller federal (primer ministro) de Austria entre 2007 y 2008.

© Project Syndicate 1995–2013

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For additional reading on this topic please see:
New Free Trade Agreements: A Cure for the Crisis?
The EU–US Free Trade Agreement
The Transatlantic Free Trade Agreement: Think of the Consequences!


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L’impératif du libre-échange transatlantique

La confirmation de Michael Froman en tant que représentant américain au commerce est un moment approprié pour mettre en évidence les nombreuses possibilités qu’un accord de libre-échange entre l’Union européenne et les États-Unis pourrait offrir à l’Europe, l’Amérique et le monde entier.

L’économie mondiale actuelle à trois niveaux – un taux de croissance de 6% dans les marchés émergents, de 2% aux États-Unis et nul en Europe – montre des signes inquiétants de paralysie et d’unilatéralisme nationaliste. Beaucoup voient des guerres monétaires se profiler à l’horizon.

Dans un environnement mondial aussi économiquement précaire, remplis de pièges protectionnistes, un pacte de libre-échange entre les deux plus grands blocs commerciaux du monde, représentant environ 40% du PIB mondial, n’a jamais été plus important qu’aujourd’hui. Historiquement, libre-échange et croissance économique ont évolués de concert, de même que le protectionnisme et la stagnation ; une intégration commerciale plus profonde entre les économies américaine et européenne permettrait de renforcer la croissance des deux côtés de l’Atlantique.

La croissance de 2% qui est prévue cette année aux Etats-Unis, malgré une diminution des dépenses publiques à hauteur de 1,8% du PIB, implique une croissance réelle du secteur privé de 3,8%. Bien que la Réserve fédérale et la Banque centrale européenne soient toutes deux intervenues activement pour stimuler la reprise économique, les résultats ne pouvaient pas être plus différents.

Aux États-Unis, la crise bancaire a été solutionnée rapidement et de manière durable, alors que l’Europe continue à aller d’un plan de sauvetage à l’autre. En outre, le programme de relance de l’Amérique a évidemment fonctionné (malgré les critiques de la gauche, qui estime que trop peu a été fait, et les attaques de la droite, pour qui le plan de relance est trop important). Un autre facteur pourrait être une différence fondamentale de mentalité : beaucoup d’Européens ont tendance à surestimer le risque lorsqu’ils évaluent une opportunité.

En tous cas, l’Amérique est le premier pays dans la partie frappée par la récession de l’économie mondiale où le stimulus public a conduit à suffisamment d’investissements et de croissance privés pour qu’une consolidation budgétaire devienne possible. Plus les Etats-Unis et l’UE se développent ensemble, plus l’UE bénéficiera de la reprise américaine.

La demande pour les biens européens augmentera, et les Etats membres de l’UE peuvent – et devraient – aligner leurs économies sur la croissance américaine. L’histoire suggère que l’espoir d’une reprise autonome en Europe pourrait s’avérer trompeur ; presque toujours, le cycle économique européen a suivi et renforcé celui des États-Unis. Aujourd’hui, par exemple, une récession prolongée en Europe est généralement considérée, avec les compressions budgétaires, comme posant le plus grand risque envers une reprise américaine durable.

Les coûts du travail dans le secteur industriel américain sont actuellement de 25% inférieurs à la moyenne européenne. Néanmoins, ce sont les différences dans les coûts de l’énergie qui sont les plus importantes, étant maintenant jusqu’à 50% inférieur aux Etats-Unis – un écart qui risque de se creuser davantage avec la poursuite de la révolution du gaz de schiste aux Etats-Unis.

Cela a conduit les industries européennes à forte intensité énergétique – y compris les producteurs de verre, d’acier, de produits chimiques et de produits pharmaceutiques – à investir massivement aux États-Unis. Souvent, elles fabriquent des composants de haute qualité, qui sont ensuite transformés en Europe. Le producteur d’acier autrichien Voestalpine AG, par exemple, va commencer à produire des billes d’acier dans le sud des Etats-Unis, qui seront ensuite transformées en des alliages de haute qualité en Autriche.

La combinaison des faibles coûts de production aux États-Unis et des capacités de finition de classe mondiale en Europe est une recette pour obtenir des produits de première qualité à prix compétitifs. De cette façon, les investissements européens contribuent à la ré-industrialisation des Etats-Unis, tout en assurant simultanément des emplois européens de haute qualité.

Mais l’Europe doit faire davantage pour relancer son secteur manufacturier. La dernière tentative de créer une zone de libre-échange UE-États-Unis, sous la présidence de Bill Clinton, a échoué en raison de la politique agricole rigide et archaïque de l’UE. Un nouvel effort aiderait l’Europe à remplacer sa politique agricole avec une politique de recherche-développement visant à renforcer la compétitivité industrielle.

Malgré toutes les belles paroles échangées lors de sommets multilatéraux de coordination des politiques, des déséquilibres au sein de l’économie mondiale alimentent une montée des tensions. À une époque où nombreux sont ceux qui cherchent le salut dans le nationalisme, une zone de libre-échange UE-États-Unis serait un puissant symbole en faveur de davantage de coopération pour surmonter les défis mondiaux.

Le poids économique croissant de l’Asie change aussi la donne géopolitique. L’accumulation d’armes massives par la Chine montre que la puissance économique sans puissance militaire n’est qu’un phénomène temporaire. Ainsi, le centre de la politique mondiale est en train de se déplacer de l’Atlantique vers le Pacifique.

L’Europe devrait décider de son positionnement. Une zone de libre-échange UE-États-Unis renforcerait les liens politiques transatlantiques et réfuterait efficacement le reproche fréquent selon lequel l’Amérique a perdu tout intérêt pour l’Europe.

Lors de son second discours d’investiture, le président Barack Obama a fait de la création d’une zone de libre-échange euro-américaine un projet de base de son second mandat. Le secrétaire d’Etat John Kerry a répété ce message au cours de sa visite en Allemagne ce printemps. Maintenant, c’est au tour de pays européens exportateurs comme l’Allemagne, les Pays-Bas, la Suède et l’Autriche de réclamer une suite à l’offre de négociations américaine.

L’Europe a fait état de nombrilisme pendant assez longtemps. Son malaise a soulevé des questions quant à savoir si son capitalisme démocratique survivra au défi économique posé par les régimes autoritaires et quasi-autoritaires.

Pour ma part, je préfère prendre des décisions politiques que me complaire dans le doute et l’apitoiement sur soi. Un pacte commercial transatlantique permettrait d’aligner les deux économies et les intérêts fondamentaux de l’Occident.

Traduit de l’anglais par Timothée Demont

Alfred Gusenbauer a été Chancelier de l’Autriche en 2007-2008.

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For additional reading on this topic please see:
New Free Trade Agreements: A Cure for the Crisis?
The EU–US Free Trade Agreement
The Transatlantic Free Trade Agreement: Think of the Consequences!


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The Transatlantic Free-Trade Imperative

2012 G20 meeting in Los Cabos, Mexico.

The confirmation of Michael Froman as the US Trade Representative is a fitting moment to highlight the many opportunities that a free-trade agreement between the European Union and the United States would offer Europe, America, and the world.

Today’s three-tier global economy – 6% growth in emerging markets, 2% growth in the US, and no growth in Europe – shows ominous signs of paralysis and nationalistic unilateralism. Many see currency wars looming.

In such an economically insecure global environment, riddled with protectionist booby traps, a free-trade pact between the world’s two largest trading blocs, accounting for roughly 40% of global GDP, has never been more important. Historically, free trade and economic growth have gone together, as have protectionism and stagnation, and deeper trade integration of the US and EU economies would strengthen growth on both sides of the Atlantic.