El mito del aislacionismo de Estados Unidos

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Projecting US Power, courtesy of Al_Hikes AZ /flickr

CAMBRIDGE – ¿Estados Unidos se está replegando y volviéndose aislacionista? En el reciente Foro Económico Mundial en Davos, varios líderes financieros y políticos me hicieron esta pregunta, que volví a escuchar pocos días después en la Conferencia de Seguridad anual de Múnich. En un discurso enérgico en Davos, el secretario de Estado John Kerry ofreció una respuesta bien clara: “Lejos de desvincularse, Estados Unidos está orgulloso de estar más comprometido que nunca”. Pero la pregunta quedó flotando en el aire.

A diferencia del estado de ánimo en Davos hace pocos años, cuando muchos participantes confundían recesión económica con decadencia norteamericana a largo plazo, la opinión prevaleciente este año fue que la economía de Estados Unidos ha recuperado gran parte de su fuerza subyacente. Los agoreros económicos se centraron, en cambio, en los mercados emergentes que antes estaban de moda, como Brasil, Rusia, India y Turquía.

La ansiedad en torno del aislacionismo estadounidense está motivada por los acontecimientos recientes. Para empezar, está la negativa de Estados Unidos (hasta ahora) a intervenir militarmente en Siria. Después, el inminente retiro de las tropas estadounidenses de Afganistán. Y la cancelación por parte del presidente Barack Obama de su viaje a Asia en el otoño pasado, debido a un atasco político interno en el Congreso de Estados Unidos y el resultante cierre del gobierno, dio una mala impresión a los líderes de la región.

De hecho, considerando que el tiempo y los viajes de Kerry están centrados en Oriente Medio, muchos líderes asiáticos creen que la política exterior distintiva de Obama -“reequilibrio” estratégico en Asia- ha perdido fuerza, incluso cuando la tensión entre China y Japón, evidente en las declaraciones de sus líderes en Davos, sigue in crescendo.

Particularmente indignante desde el punto de vista de “Davos” fue la reciente negativa por parte del Congreso a aprobar la reforma y el refinanciamiento del Fondo Monetario Internacional, aunque años antes el G-20, durante la presidencia de Obama, había acordado un plan que no representaba una carga significativa para el contribuyente norteamericano.

Cuando le pregunté a un prominente senador republicano por qué el Congreso se había resistido a mantener un compromiso por parte de Estados Unidos, lo atribuyó a una “mera terquedad “, que reflejaba el estado de ánimo de los republicanos de derecha del Tea Party y de algunos demócratas de izquierda. Más evidencia del aislacionismo norteamericano se puede encontrar en una encuesta de opinión reciente realizada por el Pew Research Center y el Consejo sobre Relaciones Exteriores. Según el sondeo, 52% de los norteamericanos cree que Estados Unidos “debería ocuparse de sus cosas internacionalmente y dejar que otros países se arreglen de la mejor manera posible por su cuenta”. Prácticamente la misma cantidad dijo que Estados Unidos es “menos importante y poderoso” que hace una década.

Uno de los problemas de estas percepciones -tanto fronteras adentro como en el exterior- es que Estados Unidos sigue siendo el país más poderoso del mundo, y probablemente lo siga siendo durante décadas. El tamaño y el rápido crecimiento económico de China casi con certeza aumentarán su fortaleza relativa frente a Estados Unidos. Pero inclusive si China se convierte en la economía más grande del mundo en los próximos años, estará décadas detrás de Estados Unidos en términos de ingresos per capita.

Es más, aún si China no sufriera ningún revés político interno de importancia, las proyecciones basadas sólo en el crecimiento del PBI son unidimensionales e ignoran las ventajas del ejército de Estados Unidos y el poder blando. También ignoran las desventajas geopolíticas de China en el interior de Asia.

La cultura de apertura e innovación de Estados Unidos asegurarán su papel como centro global en una era en la que las redes complementan, si no reemplazan plenamente, el poder jerárquico. Estados Unidos está bien posicionado para beneficiarse de este tipo de redes y alianzas, si los líderes norteamericanos siguen estrategias inteligentes. En términos estructurales, es sumamente importante que las dos entidades del mundo con economías e ingresos per capita similares a Estados Unidos -Europa y Japón- sean aliadas norteamericanas. En términos de recursos de equilibrio de poder, eso fomenta la posición neta de Estados Unidos, pero sólo si los líderes norteamericanos mantienen estas alianzas y aseguran la cooperación internacional.

Decadencia es una metáfora engañosa para los Estados Unidos de hoy, y Obama afortunadamente ha rechazado la sugerencia de que debería perseguir una estrategia destinada a controlarla. Como líder en investigación y desarrollo, educación superior y actividad empresarial, Estados Unidos, a diferencia de la Roma antigua, no atraviesa una decadencia absoluta. No vivimos en un “mundo post-Estados Unidos”, pero tampoco vivimos en la “era norteamericana” de fines del siglo XX. En las décadas por delante, Estados Unidos estará “primero” pero no será el “único”.

Esto se debe a que los recursos de poder de muchos otros –tanto estados como no estados- están creciendo y a que, en una cantidad cada vez mayor de cuestiones, obtener los resultados que busca Estados Unidos exigirá ejercer poder con otros tanto como sobre otros. La capacidad de los líderes estadounidenses para mantener alianzas y crear redes será una dimensión importante del poder duro y blando de Estados Unidos. El problema del poder norteamericano en el siglo XXI no es sólo China, sino el “ascenso del resto”.

La solución no es el aislacionismo, sino una estrategia de selectividad similar a la que defendió el presidente Dwight Eisenhower en los años 1950. Una estrategia de poder inteligente comienza por una clara evaluación de los límites. El poder preeminente no tiene que patrullar cada frontera y proyectar su fuerza en todas partes. Es por eso que Eisenhower se opuso prudentemente a una intervención directa del lado francés en Vietnam en 1954.

Eisenhower también estaba en lo cierto respecto de algo: la fuerza militar de Estados Unidos depende de la preservación de su fuerza económica. Crear nación fronteras adentro no es el aislacionismo que temen los críticos; por el contrario, es central para una política exterior inteligente.

Una estrategia inteligente evitaría la participación de fuerzas terrestres en guerras de gran envergadura en el continente asiático. Sin embargo, esa prudencia no equivale a aislacionismo. Estados Unidos necesita combinar mejor sus recursos de poder blando y duro.

Como dijo Obama en su discurso sobre el Estado de la Unión en 2014, “en un mundo de amenazas complejas, nuestra seguridad depende de todos los elementos de nuestro poder –inclusive una diplomacia sólida y con principios”. Eisenhower podría haber dicho lo mismo, y nadie lo acusaría de ser aislacionista.

Copyright Project Syndicate


Joseph S. Nye, Jr. es profesor de Harvard y autor, más recientemente, de Presidential Leadership and the Creation of the American Era.


For additional materials on this topic please see:

China, India and the United States: Tempered Rivalries in Asia

New Realities: Energy Security in the 2010s and Implications for the US Military

GI Come Back


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